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Análisis:Nace un espacio escénico
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Pretexto líquido y volantes siderales

Ya el agua ha estado presente como argumento en el teatro musical desde tiempos lejanos. Pensemos en los ballets Ondina o El lago de los cisnes hasta llegar a los musicales (Cantando bajo la lluvia); también en algunas óperas con mucha agua y prolijos significados (desde Rusalka o El pirata a las wagnerianas).

Como el musical es un género híbrido donde los hubiera (además de una fábrica de hacer dinero sin pudores en lo artístico), viene como anillo al dedo (ya en El fantasma de la ópera el agua tiene un papel simbólico importante) para tratar con don de oportunidad el tema de la carestía del preciado líquido, su desperdicio, su malgaste y sus negras perspectivas. Lo que se vio anoche en los Teatros del Canal fue un concierto con abundancia de corifeos y un aparataje high-tech apabullante que se puede desglosar así:

La implantación escénica es unas cañerías gigantes de estética retrofuturista y mucho óxido posindustrial (por las tuberías salen los artistas) y donde la disposición orquestal y del coro en andamios recuerda al memorable Surogates cities de Goebbels (salvando las distancias sonoras); pantallas de vídeo en red y fondo pixelados en los que se mostraron iconografías referenciales algunas (el Arca de Noé) y recurrentes otras (la sequía en África) y hasta un apunte de un hermoso vídeo de antaño de Cano con el ballet de Víctor Ullate: El maestro de danza (eran tiempos mejores en cuanto a inspiración).

La música no es secuencial, sino que trata de números independientes con un eficiente Nacho Cano en los teclados y el mando electroacústico intentando dar empaque sinfónico-coral a una sustancia tímbrica que carece de muchos matices y donde, de lejos, se perciben los ecos de Vangelis, Kitaro y Jarre.

La ternura y poso interior de la voz de Antonio Vega supo a poco y Marina Heredia (que tiene un disco sobre el agua) hizo lo que pudo. De la letra, lo que más se entendió es cuando dos niñas solfeaban, y si se quiere, se puede considerar a un bidón como protagonista, que gana el pulso subiendo y bajando del suelo a veces para servir de podio y otras para ser aporreado (con furia) como tambor.

La coreografía está ausente, es un ir y venir de grupos sin apenas intenciones y el vestuario, de pesadilla la mayor parte del tiempo pasando de trajes andaluces para la romería del Rocío a zíngaras de feria o a nívea trapería ibicenca. Las batas de cola, que querían ser retro, se quedaban en la puerilidad de los tejidos sintéticos. Aquello acaba con un cierto aire de redención espiritualista (fraile trapense incluido) y chorros de cegadora luz sobre el venerable.

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En realidad lo más musical y lo que más ritmo tuvo fue lo que pasaba en la calle, y que me recordaba un ballet soviético de la época del realismo socialista que se titula Llamas de París; su argumento: el levantamiento de los parisienses y su marcha entre banderas tricolores y voces hacia Bastilla. Lo que pasó después, todos lo sabemos, guillotina incluida. Faltó el madrileño y vernáculo grito de "¡Agua va!".

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