El problema afgano
Las incursiones militares de EE UU en Pakistán demuestran el auge y la fortaleza talibanes
Afganistán es el problema antes que Irak. Lo reconoce por fin el presidente Bush, siete años después del múltiple atentado del 11-S, al decir que la seguridad de su país está ligada a la derrota talibán y de Al Qaeda. Y lo afirman también los dos aspirantes a la Casa Blanca al igual que el propio jefe del Estado Mayor de EE UU, quien confiesa que no están ganando la guerra. Bush, que pasará a los anales por ser probablemente el peor presidente estadounidense de la historia, dejará la situación enfangada con una estrategia errática y el riesgo de perder el apoyo de Pakistán tras la decisión de autorizar incursiones de fuerzas especiales norteamericanas en santuarios de los terroristas dentro de territorio paquistaní sin el consentimiento de Islamabad.
Esta decisión, a la que se suma días atrás el anuncio del envío de otros 4.500 soldados procedentes del contingente desplegado en Irak, está motivada por las críticas de Washington a la laxitud paquistaní en el control de la frontera con Afganistán. La vigilancia fue férrea después de 2001 gracias al respaldo del dimitido presidente Musharraf. Pero todo ello ha cambiado tras la resistencia cada vez más manifiesta de la propia población paquistaní. Es aún una incógnita si el nuevo presidente, Ali Zardari, el viudo de la asesinada Benazir Bhutto, reaccionará con igual firmeza que lo ha hecho el jefe del Ejército paquistaní, contrario a las incursiones.
La OTAN se ha desmarcado de la iniciativa. Eso no le exonera a la hora de criticar su falta también de estrategia militar en Afganistán y su responsabilidad de algún modo en acciones contra civiles. La más grave recae, sin embargo, en las tropas americanas de Libertad Duradera, que habrían causado la muerte de 90 personas, la mayoría mujeres y niños, en una aldea en la provincia de Herat el pasado agosto. El contingente de la ISAF, la operación que lidera la Alianza Atlántica, es débil y está mal organizado, pero los países que la integran son reacios a incrementar su aportación ante el peligro de nuevas bajas y la falta de comprensión de la crisis en sus ciudadanos. Mientras, el débil Gobierno del presidente Karzai se ve impotente para frenar la corrupción y el tráfico de droga y en la población afgana crece la hostilidad hacia las fuerzas extranjeras. En definitiva, un panorama muy negro del que no se ve fácil salida. A la larga, toda solución deberá contar con los actores regionales: Pakistán, India e Irán.
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