"Pensé que podía ser un atentado y no quise salir"
Un dentista sin clínica, restaurantes sin género y ancianas atrapadas en casa
Oyeron una primera explosión. A unos les sonó a atentado, a otros a alunizaje. Rosana, en mitad del sueño, lo confundió con las bolas de granizo como castañas de la noche anterior. Hasta que una vecina le avisó. "Hay que salir de aquí". Pasaban las tres de la mañana. "Menos mal que estábamos fuera antes de la segunda explosión". En pijama, con lo puesto o lo prestado, algunos residentes del número 47 de la calle de Menorca (Retiro) contemplaron desde la otra acera el nuevo estruendo, que forzó aún más la persiana de la cafetería del bajo y llenó de humo el patio de manzana en el que confluyen más bloques. Se le reventaron los cristales, igual que las lunas de los coches aparcados delante. El generador de Iberdrola de la acera había explotado.
"Si llega a explotar de día, hubiera pasado algo gordo", comenta una vecina
Cuando David llegó al restaurante, encontró a la limpiadora encerrada
La calle se llenó de policías y de bomberos, que aconsejaron a los inquilinos que se mantuvieran en sus casas con las ventanas cerradas para facilitar la evacuación. Los vecinos que estaban en la calle se repartieron entre una sala de espera de la Maternidad de O'Donnell y un bar de la calle perpendicular que su dueño abrió para acogerles, explica Rosana.
A Fernando Eiroa, que tiene una clínica dental en la primera planta del edificio, lo llamaron por teléfono a su casa. "¿Cómo? ¿Explosiones?". Prefirió quedarse en la cama. "Pensé que podía ser un atentado y decidí dejar pasar las horas". Se presentó ya de día. Y aquí sigue, frente al edificio, indignado, rodeado de curiosos, de cámaras, de fotógrafos y de precintos. La fachada de su consulta está ennegrecida por el humo. Lleva un cuadro en cada mano. Los ha rescatado de la ceniza. Calcula sus pérdidas de material en más de 90.000 euros. Y clama porque nadie de la compañía se ha presentado en el edificio para interesarse por ellos en toda la mañana. El primer técnico de Iberdrola se acercó por la tarde, con el olor a quemado todavía en el aire, para evaluar daños y ofrecer un hotel en el que pasar la segunda noche a los dueños de las viviendas más dañadas. El cristal del portal también saltó en pedazos sobre la silla de la recepción del bloque de vecinos, la que ocupa el portero durante el día. "Menos mal, si me llega a pillar sentado aquí, no lo cuento", reflexiona el hombre. "Es que si llega a ser de día...", añade Rosana, "con la cantidad de gente que pasa por aquí, hubiera pasado algo gordo".
No ha ha pasado nada gordo. No hay heridos. Pero sí muchos vecinos que amanecen con sus casas apagadas a la fuerza. Cerca de 117.000 residentes (39.000 hogares) estuvieron la primera hora sin suministro. La cifra de afectados varió a lo largo del día -14.000 a las nueve, 37.000 a las once- por cortes puntuales para permitir el paso de los bomberos hasta la galería subterránea incendiada de la calle de Sainz de Baranda, hasta donde se propagó el fuego que empezó en Menorca, 47.
El apagón intermitente de 15 horas afectó a los vecinos, a los negocios, al hospital. El Gregorio Marañón tuvo que suspender la cirugía programada en el centro materno-infantil de O'Donnell. Adolfo Escobar, que regenta la marisquería O'Grelo, a unos metros del generador de Menorca, posaba a mediodía para las cámaras sujetando en la mano una cigala chunga. Tenía el género repartido en el recibidor, a la vista de todo el que pasaba: bogavantes, merluzas, lenguados, gambones... Todo echado a perder. "A ver quién me paga esto, sólo en cigalas es un dineral". Pues sí, 18 kilos de cigalas, a 130 euros el kilo, según las cuentas de Escobar, son un dineral: 2.340 euros.
Al doblar la esquina, en la tienda de congelados, Alejandra y Josefina cubren con cartones las croquetas, las empanadillas y las rodajas de pescado. Con el local a oscuras atienden a un par de clientes. Abren los congeladores rápido, para no perder mucho frío. "Esto aguantará un par de horas, no más", calcula Alejandra. Aún es pronto para valorar pérdidas, pero han tenido menos público. "Vienen muchas clientas ya mayores que hoy no han salido porque se han quedado sin ascensor", comentan.
Que se lo digan a Encarnita Conesa. Hoy no ha hecho los recados. Se ha quedado sin su paseo diario de las nueve de la mañana. Al filo de los 76 años, camina "pasito a pasito" por culpa de la artrosis. Imposible subir seis plantas a pie hasta su piso de la calle de Lope de Rueda. Encerrada en casa, se pregunta qué pinta un generador en mitad de una acera. "El sistema es arcaico, pero luego bien que te suben el recibo de la luz". Hoy ha comido frío. El hornillo es eléctrico. En el restaurante Laredo no han servido comidas, ni calientes ni frías. "Hemos anulado todas las reservas", explica Daniel Laredo, propietario y jefe de cocina. Cuando llegó a media mañana se encontró a Mercedes, la chica de la limpieza, encerrada en el local que deja reluciente cada mañana. La persiana es eléctrica. Hubo que forzarla. La mujer se fue a casa con el susto en el cuerpo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.