Guerra al timbre
Es verdad que el sonido del teléfono puede producir sobresaltos, en especial dependiendo de la hora y la circunstancia. Pero es difícil imaginar que los sustos hayan llegado hasta el extremo de que, en el afán de evitarlos, proliferen durante los últimos años empresas dedicadas a suministrar los politonos, esas musiquillas que sustituyen a los timbres más tradicionales y que mueven por distintos conceptos decenas de millones de euros. Claro que no toda esta actividad deriva de una estrategia preventiva frente a la irrupción de las llamadas inoportunas. También procede de esa opción que, en los propios teléfonos, responde a la tecla personalizar. Curiosa paradoja: personalizar en un teléfono significa sustituir los timbres neutros, asépticamente funcionales, por la misma melodía que han escogido incontables usuarios en la propia calle, la propia ciudad y, seguramente, en todo el mundo. A fin de cuentas, tan impersonal es que un teléfono suene con un frío bip-bip como que lo haga según la última moda, pero se ha impuesto esta opción. Los efectos prácticos están a la vista en cualquier lugar público: basta que suene un teléfono, y da igual cómo suene, para que muchas manos revuelvan en bolsos y bolsillos imaginando que puede ser el suyo.
Los politonos, según dicen los expertos, tienen los días contados, víctimas de su propio éxito. Gracias a ellos ha llegado a resultar tan corriente que la música sustituya al timbre para avisar de una llamada telefónica que, al final, no hay por qué conformarse con los primeros compases de una melodía, que es lo que los politonos pueden ofrecer. Ahora se puede reproducir la melodía completa, convirtiendo cada llamada en un modesto disfrute de la música.
Pero los sobresaltos asociados al sonido del teléfono no han desaparecido, a pesar de esta guerra declarada al timbre. Algunos usuarios han comprobado que los politonos y las melodías pueden alegrarles la vida, pero también ser un medio para el fraude. Es verdad que las llamadas las reciben sin sobresaltos, independientemente de la hora y la circunstancia. El sobresalto llega después, cuando, en lugar de las llamadas, reciben facturas que ignoraban haber contraído.
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