Rousseau en crisis
Los hijos no deseados de la Ilustración se dan la mano en las Salesas
Desde la ventana de la joven Belén los árboles apenas nos dejan ver el pequeño parque de la plaza de las Salesas, al tiempo que la construcción social e histórica con la que armamos nuestro conocimiento nos impide entender lo que ahí abajo acontece. Sabemos por experiencia que las intervenciones artísticas en el espacio público gestadas desde el poder -monumentos-, por definición están contaminadas por el propio ejercicio de poder con el objetivo de manifestarse como tal y hacernos partícipes forzosos de una determinada construcción histórica que perdure en la memoria de todos. Esa imposición que tan entretenidos debates nos ha dejado -baste recordar la encendida polémica sobre la retirada de la estatua de Franco en Nuevos Ministerios- ha regado nuestras ciudades de piezas sobre las que existe un claro consenso y algunas que aparentemente lo tienen.
En un rincón de esta plaza encontramos un pequeño busto que rinde homenaje a Jean Jacques Rousseau (1712-1778), autor de El contrato social (1762), en el que defiende que sólo en un Estado fundado sobre principios democráticos, donde el poder soberano es la voluntad general de todos, el hombre puede ser realmente libre. "Los hombres voluntariamente renuncian a un estado de natural inocencia para someterse a las reglas de la sociedad, a cambio de beneficios mayores inherentes al intercambio social". Este consentimiento voluntario se materializa a través de un contrato, "el contrato social", dice Wikipedia.
La mirada de bronce de Rousseau se cruza cada día desde hace ya varios años - y quizá esto sea lo más dramático- con una precaria pero compleja construcción de plástico y cartón, armada sobre un banco del parque, en la que vive un mendigo llamado Pelayo. No deja de ser paradójico que en el mismo lugar donde se homenajea a uno de los padres de la Revolución Francesa y autor de este tratado de filosofía política, se viva ante nuestros ojos una situación en la que la justicia social brilla por su ausencia.
Concha Pérez (1969) ha elegido para su serie fotográfica Arquitecturas (2007) este rincón de nuestra ciudad, enfrentándonos a una realidad que, por presente y continuada, es invisible, y lo es porque durante demasiado tiempo hemos convertido un derecho en valor de cambio con la complicidad de todos. Sus piezas, descarnadas, sin atributos formales que adornen esta realidad, nos llevan a reflexionar sobre nuestro grado de implicación social y nuestra capacidad para mirar a otro lado. La ironía da nombre a toda la serie, en la que encontramos más construcciones como la de Pelayo, en otros lugares de la ciudad, como entre las sedes de la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo, por si no había quedado claro de qué está hablando.
Cristina Lucas (1973), en su pieza Rousseau y Sophie (2007), interpela directamente a nuestro homenajeado por otro de sus textos, Emilio (1762), en el que novela cómo educar al ciudadano ideal, pero donde la libertad y la igualdad que había propugnado abiertamente sólo incluye a los varones: "La educación de las mujeres siempre debe ser relativa a los hombres. Agradarnos, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos de adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables; éstas son las obligaciones de las mujeres durante todo el tiempo y lo que debe enseñárseles en su infancia". Con su pieza en formato vídeo, lo visibiliza y problematiza a través del gesto de un grupo de mujeres lanzando objetos, insultando y golpeando al monumento.
La contradicción es patrimonio del hombre -y no hablo de géneros-, como nos muestra el trabajo de estas dos artistas, que nos invitan a reflexionar sobre las construcciones sociales con las que armamos nuestra historia pasada y presente.
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