La fascinación del mal
La politóloga alemana Hannah Arendt advirtió que los sistemas totalitarios, como otras formas de Gobierno y organizaciones del Estado habidas en el pasado, se repetirían. También lo hacen sus protagonistas. Sadam Husein, Pol Pot, Radovan Karadzic, más negligentes en la aplicación del método para el asesinato de masas que sus inspiradores nazis y estalinistas, lo intentaron y desgraciadamente tuvieron un éxito considerable.
Karadzic, como los criminales nazis fugitivos tras la II Guerra Mundial, robó la identidad a un jubilado y la personalidad a un gurú naturista, y se reinventó a sí mismo como un sanador de ingenuos y un vecino ejemplar. El Goebbels de los Balcanes, renacido como Dragan Dabic, utilizó su genio como embaucador para curar las "energías negativas" de ignorantes y desesperados. La carne de cañón del fanatismo, que tan bien supo manipular.
Y, en el colmo de su megalomanía, acudía con regularidad a un bar de Belgrado llamado La Casa Loca, donde tocaba música medieval serbia frente a una fotografía de su verdadero rostro. Convertido en un personaje de ficción, casi en una leyenda, borrados los hechos, su música encandilaba al público con la fascinación del mal, esa radiación de fondo de la condición humana.
En agosto de 1922, T. E. Lawrence, uno de los héroes más complejos del siglo XX, se alistó en las fuerzas aéreas británicas como soldado raso y bajo un nombre falso. Aborrecía para entonces a su personaje, éste sí legendario, Lawrence de Arabia, y, torturado por la angustia que le producía lo que consideraba un fiasco político -las naciones árabes recién nacidas quedaban bajo control franco-británico-, buscaba ser sepultado en el más absoluto anonimato. En El troquel, como se llamó el libro que recoge su diario de cuartel, cuenta que un día, al entrar en el Cuarto de Banderas, vio colgado un retrato suyo y, rápida y distraídamente, lo hizo desaparecer.
Un abismo moral separa ambos gestos. El que va de un matón de los Balcanes a un caballero británico, de un criminal de guerra a un libertador de pueblos. Escritores como Robert Graves y los mejores historiadores militares contaron la aventura de Lawrence. La de Karadzic la redactará un tribunal penal.
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