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¿Quién es el culpable de la depresión de Bush?

Paul Krugman

La inmensa mayoría de los estadounidenses piensan que la economía está fatal, y culpan al presidente George W. Bush. Este hecho, más que cualquier otro, hace difícil pensar que los demócratas puedan perder estas elecciones a la presidencia de Estados Unidos.

¿Pero tienen razón los ciudadanos al estar tan enfadados con el liderazgo económico de Bush? No exactamente. Es verdad que la economía está fatal, un hecho del que el actual presidente parece no darse cuenta. Pero eso no es lo mismo que decir que la mala salud de la economía es culpa de Bush.

Por otra parte, hay cierta justicia en la actitud de los ciudadanos. Otros políticos además de Bush comparten la culpa del caos en el que estamos metidos, pero la mayoría de ellos son republicanos.

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Lo primero es lo primero: no presten atención a los apologistas que intentan defender el historial económico de George W. Bush. Desde 2001, la situación económica en Estados Unidos ha alternado entre "así, así" y descaradamente mala: una recesión, seguida de una de las expansiones más débiles registradas desde la II Segunda Guerra Mundial, y después una renovada caída del empleo que oficialmente no es todavía una recesión, pero que ciertamente se le parece mucho.

En total, George W. Bush tendrá suerte si deja el cargo con un aumento neto de 5 millones de puestos de trabajo, muy por debajo del número necesario para absorber el incremento de población. A modo de comparación, su antecesor demócrata Bill Clinton presidió una economía que creó 22 millones de empleos.

¿Y qué tiene Bush que decir de este triste historial? "Creo que cuando la gente mire hacia atrás, a este momento de nuestra historia económica, reconocerá que las bajadas de impuestos funcionan", afirma el presidente. Ignorante hasta decir basta.

Pero hasta a los economistas más progresistas les resulta difícil sostener que la ignorancia del actual presidente de Estados Unidos, George W. Bush, haya sido de hecho la causa de los malos resultados económicos durante su gestión presidencial.

Los recortes fiscales no funcionaron, pero no crearon la depresión de George W. Bush. ¿A qué se debe, entonces?

En el primer puesto de mi lista de causas de la mala situación actual de la economía se sitúan tres factores: la burbuja inmobiliaria y sus consecuencias, el aumento de los costes sanitarios y los precios por las nubes de las materias primas. He escrito largo y tendido sobre la vivienda, así que hoy voy a hablar de las otras.

La mayor parte del debate público sobre la atención sanitaria se centra actualmente en los problemas de los ciudadanos que carecen de seguro o tienen uno con pocas prestaciones. Pero las primas de seguro suponen también un gran gasto para las empresas: como es sabido, los fabricantes de automóviles gastan más en atención sanitaria que en acero.

Una de las claves de la expansión de Bill Clinton en las que menos hincapié se ha hecho fue, pienso yo, la forma en que remitió entre los ejercicios 1993 y 2000 la enfermedad del gasto en atención sanitaria. Durante un tiempo, el control de los gastos sanitarios puso freno a las primas, lo cual animó a las empresas a incrementar su número de trabajadores.

Pero las primas volvieron a subir vertiginosamente después del ejercicio 2000, imponiendo cargas nuevas y enormes a las empresas. Podemos apostar sin temor a equivocarnos a que esto influyó bastante en la débil creación de puestos de trabajo.

¿Y qué hay de los precios de las materias primas? Durante los años del mandato presidencial de Bill Clinton, los productos básicos se mantuvieron baratos si utilizamos un baremo histórico. Desde entonces, sin embargo, los precios de los alimentos y de la energía se han puesto por las nubes, cercenando directamente un 5% de la renta real de la familia media estadounidense y aumentando los costes empresariales en toda la economía.

Buena parte de este dolor podría haberse evitado. Si el intento del presidente Clinton de reformar la sanidad hubiera prosperado, la economía estadounidense estaría hoy en una situación mucho mejor de la que está. Pero el intento fracasó, y recordemos por qué fracasó. Sí, la política de Clinton era una chapuza. Pero fueron los miembros republicanos del Congreso los que bloquearon la reforma propuesta, porque Newt Gingrich mantenía entonces una estrategia de "coagulación" pensada para "trabar cualquier acercamiento" al presidente Bill Clinton.

En cuanto al elevado precio de los alimentos y de los combustibles, se debe principalmente a la creciente demanda de estos productos por parte de China y de otras economías nuevas. Pero los precios del petróleo no estarían tan altos, y Estados Unidos habría sido mucho menos vulnerable a la actual subida del crudo si en el pasado hubiera tomado medidas para limitar el consumo de petróleo.

El presidente George W. Bush tiene sin duda parte de la culpa, y no sólo por su destructiva adopción del etanol como respuesta a nuestros problemas con la energía. Después del 11-S podría haber pedido fácilmente que se subieran los impuestos sobre los carburantes y se adoptaran criterios de ahorro de combustible como medida de seguridad nacional, pero por lo visto esa idea no se le pasó por la mente.

Aun así, tanto en el campo de la energía como en el de la sanidad, las mayores oportunidades perdidas se produjeron hace 15 años o más, cuando Newt Gingrich y otros republicanos conservadores del Congreso, ayudados por algunos demócratas vinculados a sectores empresariales de gran consumo energético, bloquearon las medidas de ahorro.

En resumidas cuentas, George W. Bush tiene algo de culpa por los malos resultados de la economía estadounidense durante sus mandatos presidenciales, pero buena parte de la responsabilidad corresponde a otros personajes políticos anteriores, que desaprovecharon las oportunidades de reforma. Sin embargo, se da la casualidad de que la mayoría de los políticos responsables de nuestras actuales dificultades económicas, aunque no todos, pertenecían al Partido Republicano.

Y téngase en cuenta que el candidato a la presidencia para las próximas elecciones John McCain ha hecho todo lo posible por afirmar su apoyo a la ortodoxia económica republicana. Por tanto no tendrá razones para quejarse si, como parece probable, la economía le cuesta las elecciones.

Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton. © The New York Times News Service.

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