DE REPENTE, ADRIANO
En los últimos años, desde que Paul Kennedy publicó su Auge y caída de las grandes potencias (1987), el Imperio Romano ha estado presente en todos los debates mantenidos entre declinistas y flag-weavers ("los que ondean la bandera"), convencidos de que "América" se encuentra todavía en el cenit de su poder, como la Roma de Augusto.
Y, de repente, llega la Adrianomanía, mientras Barack Obama se fotografía en Bagdad con Al Maliki y habla de la retirada de las tropas para 2010: un aspirante que se declara dispuesto a poner punto final a la política de conquistas en Oriente Próximo (el imperio de los Partos) de su antecesor Bush, quiero decir, Trajano.
El disparo de salida del rampante culto a Adriano (Hadrian: 2,2 millones de consultas en Google) lo ha efectuado la exposición del British Museum que se inaugura mañana con el sintomático título de Hadrian, Empire and Conflict, verde y con hojas. Y luego llegará la biopic de John Boorman, con Antonio Banderas como protagonista y Charlie Hunnam haciendo de Antinoo, el dulce catamita con el que se solazaba el melancólico pero aguerrido e implacable erasta. Porque el emperador era gay: muy conveniente para un héroe de nuestro tiempo.
El Adriano más conocido por los españoles es el que les recomendó un político. En 1982, poco después de iniciarse el idilio de los socialistas con la alta cultura, Felipe González declaró que su libro de cabecera era las Memorias de Adriano (Edhasa), de Marguerite Yourcenar. La novela, que se disparó en ventas, presentaba a un emperador que era, sobre todo, un amante melancólico y humanista. "Cada generación necesita encontrar su propio Adriano" ha declarado el comisario de la muestra del British. Y, como quien no quiere la cosa, a la nuestra ya se lo han impuesto. Al menos hasta el martes después del primer lunes de noviembre.
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