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Columna
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Universidad

Una de las tareas claves de la Universidad es preocuparse por la Universidad. Además de la dedicación a los contenidos de sus ingenierías, licenciaturas, diplomaturas y doctorados, los profesores deben preguntarse por el futuro de la Universidad, que es también el futuro de sus saberes. Las universidades andaluzas impartirán el próximo curso 677 titulaciones, 123 carreras de primer y segundo ciclo. Su futuro dependen de las directivas europeas y del proyecto Estrategia Universidad 2015, un conjunto de acciones dirigidas a favorecer la internacionalización. Las palabras me tienen últimamente muy desorientado. Siempre fui partidario de la internacionalización, porque creo que hay derechos humanos universales y fronteras mezquinas. Me sigo emocionando al oír La Internacional. Pero hoy sólo se habla de internacionalización para defender el libre movimiento del mercado. Una mercancía acaba pocas veces en un campo de internamiento, recibe mejor trato que las personas. Europa está contribuyendo mucho con sus directivas a este sentido de lo internacional. Era un proyecto político cargado de ilusiones cívicas, y se ha convertido en una ambigüedad que sólo sirve para recortar las conquistas sociales y políticas de los viejos Estados.

Llevo más de 30 años, como estudiante y profesor, sentado junto al fuego de la Universidad. No es un mal fuego. Conozco sus defectos, pero hoy quiero defender las virtudes del mundo universitario público. Las antiguas tribus se sentaban a la hoguera para escuchar la voz de los ancianos y aprender la historia compartida y los consejos de la experiencia. Creo que la Universidad pública es la hoguera de la sociedad contemporánea, y merece la pena sentarse a su lumbre para pensar con tiempo, rigor, curiosidad e independencia en los asuntos de la tribu. La independencia me parece un requisito imprescindible, que no puede ponerse en cuestión ni por las demandas de los poderes públicos, ni por los intereses privados. Los espacios públicos que se gestionan como una empresa privada dejan de ser un bien común. La pérdida de independencia, por ejemplo, en las universidades norteamericanas puso el trabajo de los grandes sabios al servicio del imperialismo, la industria militar y los poderes económicos. Sesudos profesionales han realizado proyectos de investigación que demuestran las bondades de la contaminación y sus efectos saludable sobre el planeta.

El rigor y la curiosidad son también valores importantes. En mi área de conocimiento, la filología, se desataron en los años noventa polémicas duras entre los partidarios del saber canónico y los preocupados por nuevas formas de expresión cultural. No sé por qué se deben considerar incompatibles el estudio minucioso de San Juan de la Cruz y las investigaciones serias sobre la literatura chicana, homosexual o feminista. Se trata de no perder el rigor, no de aislar el saber en un academicismo oxidado. El arabismo español de hace unas décadas estaba encerrado en la lírica andalusí. Con el mismo rigor se estudia hoy la literatura contemporánea y los conflictos de la sociedad. La interpretación de un poeta hebreo del pasado no significa que el hebraísmo universitario pueda permanecer al margen de los conflictos actuales de Israel. Se trata de seguir leyendo con atención, al margen de las prisas y los intereses coyunturales. El oficio es el primer espacio de socialización. El quehacer honrado y el rigor profesional tienen un valor ético imprescindible en los tiempos que corren.

Por eso el rigor y la curiosidad son inseparables de la Universidad que se pregunta por su futuro. Las directivas europeas y la internacionalización serán positivas siempre que no conviertan a la Universidad en una factoría de puestos de trabajo al servicio del mercado. No podemos dejar que se apague el fuego de la tribu.

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