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Columna
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Ojo a Sarkozy

Reconozcamos que sobre la toma de la Bastilla ha llovido mucho desde 1789, que las inclemencias del tiempo han producido graves erosiones y que las inercias institucionales agregadas han alterado su carácter originario de un perfil subversivo muy marcado. Ahora se conmemora como Fiesta Nacional, hito fundacional de la República, pero sigue trasluciendo algunas nostalgias monárquicas, inmunes a la acción mecánica de la guillotina. Este año, el presidente Nicolas Sarkozy estaba acompañado en la tribuna por su esposa, Carla Bruni, quien acaba de lanzar un nuevo álbum musical, y por los jefes de Estado invitados en París al estreno de la Unión Mediterránea. Pero abandonemos ya el protocolo para anotar algunas observaciones.

Las maneras de Sarkozy están fuera de lugar y desdicen de la Francia que admiramos

Primero, porque ni siquiera la disciplina militar ha disimulado el malestar de las Fuerzas Armadas francesas con su comandante en jefe, quien después de los heridos causados en Carcasonne ha tildado a los integrantes de la cúpula del mando de amateurs mientras les negaba la condición de profesionales. Además, en un momento en el que el libro blanco de la Defensa crea dificultades, restricciones y sacrificios, que han sido impuestos sin debate previo, lo cual ha suscitado la respuesta en la prensa de algunos generales acogidos al seudónimo colectivo de Surcouf, que ahora se trata de descifrar. Segundo, porque la decisión anunciada por el presidente del regreso de Francia a la estructura militar de la OTAN se compensaba con un impulso a la Defensa europea del que nada más se ha sabido, salvo la negativa británica a constituir un Estado Mayor en el seno de la UE, considerado redundante respecto al de la Alianza Atlántica. Tercero, por la negativa de Sarkozy a incluir este año las promociones de oficiales generales en la orden de la Legión de Honor.

Fuera del desfile militar, nuestros colegas los profesionales de la información se sienten amenazados por las nuevas leyes que impulsa el presidente a propósito del secreto de las fuentes, por la decisión de eliminar la publicidad de la televisión pública sin aclarar alternativas para su financiación y por el designio de reservarse en exclusiva el nombramiento del director general, otro síntoma penoso del retorno a pasados autoritarismos. Así, como ha escrito Christian Salmon en el diario Le Monde, la escena política se ha degradado en beneficio de los reality show y tras el ruido mediático aparece la democracia del one-man-show que nos sumerge en la oscuridad. Las maneras de Sarkozy están fuera de lugar, parecen seguir la estela berlusconiana y desdicen de la Francia que admiramos. Nosotros debemos evitar la deriva de los intelectuales que denunciaba también en el diario Le Monde el historiador Vicent Duclert. Su percepción es que los frecuentes almuerzos de escritores y ensayistas con Nicolas Sarkozy es una deserción de su función crítica. Porque la política, a su entender, no se limita a la actividad de un Parlamento ni de un Gobierno ni tampoco a la ideología de los partidos, sino que se refiere a la preservación y progreso de los derechos y libertades fundamentales sobre las que se basa la democracia.

Sobre la desenvoltura de Sarkozy para que se usen los servicios del Estado en beneficio de sus amigos y benefactores puede dar idea el libro Allez-y, on vous couvre de reciente aparición. Su autor, Patrick Baptendier, antiguo gendarme, revela las conexiones entre los servicios de la DST y la agencia de "inteligencia económica" Geo a propósito del espionaje mediante escuchas ilegales a los responsables de la empresa española Progrosa, especializada en actividades portuarias en África Occidental. Todo ello por encargo del grupo francés Bolloré que resulta ser su competidor y que goza como es bien sabido del favor presidencial. Tampoco vamos a sorprendernos ahora de que pese a haberse publicado esa denuncia en Francia y ser española la empresa perjudicada, el eco alcanzado aquí haya sino nulo.

En todo caso, convendría distinguir entre los reconocimientos debidos a las contribuciones de Francia y de los franceses al progreso de las "luces", de los "derechos del hombre y del ciudadano" y de la cultura y las artes, y la obligación indeclinable de mantener la distancia crítica precisa respecto del actual inquilino del Elíseo. Porque del mismo modo que nuestra conocida devoción por América nos exige pronunciarnos de manera rotunda contra las tergiversaciones de George Bush en la Casa Blanca, como francófilos convictos que somos estamos también emplazados a disentir de Nicolas Sarkozy, sin merma del agradecimiento que como españoles nos merezca su compromiso irreversible en la lucha contra el terrorismo etarra.

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