El paciente curado de Chamberí
El emblemático edificio neogótico del Instituto Homeopático y Hospital de San José reabre después de nueve años de trabajos de restauración
El barrio de Chamberí acaba de recobrar uno de sus edificios históricos más valiosos, el Instituto Homeopático y Hospital de San José, junto a la glorieta de Quevedo. A su entidad patrimonial, dados los 130 años de su arquitectura racionalista neogótica, añade su valor humano y simbólico: decenas de miles de personas recibieron en sus consultas, hasta el año 1980, tratamientos basados en la homeopatía, una disciplina que administra al paciente pequeñas dosis de sustancias que estimulan las defensas del organismo.
Los vecinos del barrio, que en su día sufragaron por suscripción pública la construcción de este instituto benéfico-asistencial, verán a partir de ahora recobrada parte de las funciones didácticas y curativas que desempeñó allí un elenco de más de 40 facultativos. Así, dispensará asistencia e impartirá cursos de homeopatía y acupuntura. Cuenta con un museo de Farmacia Homeopática, entre los más importantes de Europa, con pintorescos preparados como el denominado Macrocosmos, además de una biblioteca de ricos fondos allegados por, al menos, veinte tataranietos de los primeros homeópatas que trabajaron allí. "Entre sus descendientes se encuentra el escritor y catedrático José Luis Sampedro", explica Félix Antón Cortes, patrón de la Fundación Instituto Homeopático y Hospital San José, cuyo titular es el Arzobispado de Madrid.
El centro atendió a decenas de miles de pacientes entre 1878 y 1980
Imparte ya cursos de homeopatía y acupuntura y cuenta con un museo
Chamberí vio languidecer en estado semirruinoso durante décadas este edificio de 3.835 metros cuadrados, sin que nadie, desde el mundo oficial o privado, adecentara su planta exenta y en forma de U, abierta a un jardín con verjas y árboles en el arranque de la calle de Eloy Gonzalo.
El edificio, erigido con granito, ladrillo y madera entre 1874 y 1878, implicó la apertura del barrio de Chamberí hacia el noroeste. Fue obra del arquitecto José Segundo de Lema, discípulo español aventajado del francés Violet le Duc y pionero del racionalismo neogótico en España. De Lema fue autor del Panteón de Infantes del monasterio de El Escorial y del palacio de Zabálburu, situado tras el de Linares.
El arquitecto afrontó con éxito, mediante una cámara perimetral de ladrillo, el reto de recalzar cuatro metros los cimientos del futuro instituto, así desnivelados entre sus fachadas anterior y posterior, que aún conserva numerosos frutales de un huerto de las Hijas de la Caridad.
Éstas son las monjas que han residido en el edificio anexo, donde atendían a ancianos desvalidos y mantuvieron un hilo de vida en su interior. Así lo explica Juan Gurrea, miembro del equipo de arquitectos que encabezan Ignacio de las Casas y Emilia Checa: han demolido un edificio auxiliar; han saneado cimientos, estructuras, cubiertas y entarimados; han recobrado las salas de enfermos, los dos pisos de galerías de madera y las mamparas de vidrio artesanal que dibujan la fachada, sus marqueterías y decoraciones; y, sobre todo, han rescatado la funcionalidad y la sencillez de concepto con que Segundo de Lema concibió el edificio. Verdes los fraileros y las ventanas; marrones los canecillos; guinda las tapas de las cornisas; y rosa los muros, el edificio luce desde ayer con un aspecto plenamente innovado. La inversión del Gobierno regional ha sido, desde 1999, de tres millones de euros.
Tarántulas
Uno de los libros que exhibe la biblioteca recién abierta en el interior del edificio restaurado del Instituto Homeopático se refiere al poder terapéutico que, al parecer, reside en dosis pequeñas del veneno de un arácnido de alto poder letal, la tarántula. El texto en alemán fue escrito en torno a 1830 por Samuel Hahnemann, considerado el padre de la homeopatía.
El traductor al español fue en 1864 el doctor José Núñez, marqués de Núñez y médico de la reina Isabel II. Él fue el introductor en España de la homeopatía, que Hahnemann teorizó tras experimentar con productos naturales sobre personas sanas y enfermas, cuyas reacciones cotejó. Estableció así una gradación combinatoria que permitía administrar dosis infinitesimales de venenos que, a la postre, curaban a los pacientes. Una lápida recuerda a Núñez en el jardín del instituto.
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