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Análisis:ANÁLISIS | El desafío soberanista
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Al final habrá consulta

Lo mejor del viernes pasado fue que ya pasó. Y después de tantas incógnitas que tanto han distraído desde la botadura en septiembre de la hoja de ruta del lehendakari, ha ocurrido lo que ya entonces se podía avanzar que iba a suceder. No había que esperar a que Rodríguez Zapatero oficializara su no a las pretensiones de Ibarretxe, ni al voto prestado de EHAK. Su planteamiento de origen llevaba implícito el desenlace, como ya advirtió hace un año por estas fechas Josu Jon Imaz, antes de apartarse elegantemente del camino. Porque eso de que todo es posible en política es sólo un lugar común utilizado por quienes conciben la política como religión o magia y no como oficio incierto para conciliar intereses.

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Los siguientes pasos están igualmente desvelados y escritos: recurso del Gobierno central al Tribunal Constitucional, suspensión cautelar de la consulta, descriptible indignación que no irá más allá de una manifestación y, antes o después del previsible fallo del alto tribunal, convocatoria de elecciones autonómicas que volverán a ser "históricas", pese a tener el regusto de lo ya conocido. Porque hay una parte de la hoja de ruta no escrita, pero que está implícita en ella y que ya ha comenzado a desarrollarse.

Neutralizada materialmente como acto, la consulta pasa a convertirse en bandera electoral. Lo ha venido expresando Ibarretxe con meridiana claridad desde que el pasado domingo lo dijo en Gara: "Hemos abierto la puerta del ejercicio del derecho a decidir, que ya no se cerrará jamás". Se trata de una declaración programática de quien ya está pensando en una nueva legislatura y constituye el más claro reconocimiento de las intenciones autodeterministas de su propuesta, tan evidentes como siempre negadas hasta ahora por el interesado. Y viene a confirmar, por si hiciera falta, el carácter capcioso de las preguntas que se pretendía someter a consulta popular. Si se tiene la irreductible determinación a llevar a cabo ese supuesto derecho de decisión en clave soberanista, pese a quien pese, ¿qué sentido tiene preguntar en abstracto a los ciudadanos sobre su ejercicio?

Después de diez años al frente del Gobierno vasco, quizá haya que revisar el retrato político que se ha hecho del lehendakari Ibarretxe. El acento puesto en su personalidad perseverante y obstinada, casi iluminada de puro voluntarista, ha dejado en penumbra otra faceta que se está manifestando en los últimos años, la del político calculador. La desprendida disposición a marcharse a su casa si no se le permite cumplir la misión que se ha autoimpuesto no encaja con la preocupación manifestada en actos para perpetuarse en el cargo. Vista desde esta perspectiva, se entienden mejor la hoja de ruta y sus incoherencias constitutivas. Con este enfoque, la iniciativa pierde ese carácter salvífico que el lehendakari ha pretendido darle para adquirir el sentido instrumental que posiblemente tuvo desde su concepción. Pues no resulta verosímil, por mucha fe que se profese, que Ibarretxe llegara a creer que el presidente del Gobierno central podía concederle graciosamente el derecho de autodeterminación del País Vasco y, en el caso de que se lo negara, permitir la celebración de un plebiscito para ejercerlo de matute.

Más allá del ruido, las maniobras de distracción y los teatrales rasgamientos de vestiduras que vendrán, la jornada del viernes alumbra la otra fase del proyecto personal de Ibarretxe. Sobre los raíles tendidos de la hoja de ruta, y sin dar oportunidad a la dirección del PNV de decidir sobre la estrategia que considera más conveniente para el nacionalismo institucional y el conjunto del país, ha establecido ya varias certezas. La primera, que él va a ser el candidato a lehendakari del PNV; la segunda, que la consulta y el derecho a decidir volverán a convertirse en el punto central de su programa electoral; la tercera, que la reedición del tripartito es la única expectativa de Ibarretxe para seguir en Ajuria Enea. Las tres son decisiones esenciales para cualquier partido, y en este caso no han sido tomadas por los órganos internos del PNV, sino que le vienen impuestas por el papel predominante que el lehendakari ha cobrado sobre la organización desde 2001.

Y, al final, habrá consulta, pero no se celebrará el 25 de octubre y será vinculante. En la primavera, más o menos cuando toca, los ciudadanos de este país tendremos la oportunidad de volver a ejercer nuestro derecho a decidir, como lo venimos haciendo casi cada año desde 1977. La consulta se realizará en unas elecciones y sobre unas opciones limitadas, pero mucho más claras y precisas que las dos preguntas señuelo incluidas en el proyecto aprobado por el tripartito y EHAK el viernes. Se podrá decidir sobre quiénes deben decidir por nosotros en los cuatro años siguientes. No es poca decisión.

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