Otro estigma por su opción sexual

Hoy se celebra el Día Internacional del Orgullo Gay, y quienes permanecen invisibles y discriminados por desear y sentir fuera de la norma heterosexual serán protagonistas por un día. España es uno de los países más avanzados en el reconocimiento formal de los derechos del colectivo, pero las asociaciones denuncian que la homofobia sigue causando acoso laboral y escolar, agresiones verbales e incluso físicas a lesbianas, gays, transexuales y bisexuales.

Los inmigrantes resultan especialmente vulnerables a la intolerancia. Euskadi les ofrece mayores cotas de libertad, pero su condición es un motivo añadido para ser objeto de múltiples discriminaciones. "A menudo, la comunidad de origen les rechaza por homosexuales y la autóctona, por inmigrantes", lamenta Sergio Íñiguez, miembro de la asociación Gehitu. Unas condiciones de vida precarias "les obligan a ocultar férreamente su orientación, por ejemplo por miedo a un despido", añade Lala Mujika, psicóloga de Aldarte. Al colectivo transexual, el más discriminado, se le exige la nacionalidad española para tramitar el cambio de nombre. Aunque la condición sexual sea a menudo determinante para emigrar, el Gobierno español "no concede asilo político a las personas perseguidas por ello", critica CEAR.

La falta de una red social fuerte de apoyo les condena a un mayor silencio

Solange Tragodara lleva cuatro años luchando con el apoyo de CEAR por el estatus de refugiada. Abandonó Perú tras sufrir amenazas y palizas por ser activista lesbiana, sin que ni tramitara sus denuncias. "Me afectó muchísimo. Ya no podía ni salir a la calle. Si ocultas tu condición, puedes vivir tranquila, pero no es justo. Así que mi pareja y yo decidimos irnos", relata. Frente al prejuicio de la emigración por causas económicas, Mujika recalca que muchas personas abandonan carreras profesionales sólidas "por buscar libertad". Es el caso de la peruana, directora de una ONG y de una agencia de publicidad en Lima y que en Bilbao vive de lo que sale. "Me compensa, porque aquí vivo tranquila", indica. Algo parecido le ocurrió a Mauricio Cardona, psicopedagogo colombiano que buscaba un clima de mayor seguridad. En San Sebastián carece de estabilidad laboral, pero se queda con la calidad de vida.

Edgar Zapata, cubano, siguió los pasos de su familia, afincada en la capital guipuzcoana, aunque él declara que en La Habana vivía muy libre como homosexual. "Aquí es más difícil, porque la gente es cerrada", sostiene. Su compatriota Junec González parece hablar de otro país: "No vivía mi sexualidad con libertad. En Cuba las lesbianas somos completamente invisibles", dice. Ahora se enfrenta a un dilema: "Me gustaría volver. Sería menos libre pero me sentiría en casa".

El desarraigo es el principal problema de los inmigrantes. La falta de una red social fuerte que les apoye y respete les condena a "mayores dosis de silencio, invisibilidad, miedo y dudas", subraya Mujika. Tras años de represión, "les cuesta mucho liberarse", pero la psicóloga no recomienda salir del armario si supone empeorar las condiciones de vida: "Es una estrategia, no una obligación. Llevar una doble vida puede ser más sano que estar en el paro".

González, Zapata y Cardona, socios de Gehitu, avalan el consejo de buscar apoyo en las asociacione : "Es como una pequeña familia". Y creen que la propia es clave para integrarse: "La sociedad no te respeta si tú no te aceptas".