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Columna
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Hacha, serpiente y celuloide

Carlos Boyero

El título Tiro en la cabeza es brutalmente prosaico, realista, explícito. Es donde hay que apuntar para que sean infinitas las posibilidades de que tu víctima abandone instantáneamente este valle de lágrimas. Así se titula la última película de ese director tan personal como inquietante llamado Jaime Rosales. Leo en una entrevista con él que no es un documental. Es una ficción que se alimenta en grado extremo de la realidad. La de aquí, la de al lado, la de unos patriotas que desde hace 40 años han agujereado alrededor de mil cabezas ajenas. No soy preciso. Muchas veces no es un ortodoxo tiro a la cabeza. Eso exige peligrosa cercanía física con ese conocido o desconocido al que no sólo le quitas todo lo que tiene sino también lo que podría llegar a tener, que asegura el espantado killer William Munny en Sin perdón.

Me impresionan más los documentales que las ficciones sobre ETA
Espero con morbo el estreno de 'Tiro en la cabeza' en San Sebastián

A veces lo sustituye la bomba que destruye o mutila, desparrama vísceras, quebranta huesos. Es más aparatoso, más efectista, más cómodo. No hay peligro de que te salpique y te ensucie la sangre ajena, o de que te tiemble el pulso, o de que no aciertes a volarle los sesos y corras el riesgo de que tu previsible víctima esté en condiciones de responderte, de que te envíe a reposar eternamente en el incontaminado paraíso del RH negativo.

Tengo mucha curiosidad hacia Tiro en la cabeza. Y un poco de precaución, de miedo, de injustificado mosqueo. A Rosales le gusta experimentar, contar de otra forma las historias, expresar sensaciones mediante un lenguaje anticonvencional. Le ha salido bien en la tenebrosa Las horas del día y en la conmovedora La soledad. En la segunda utilizaba la polivisión, la expresión simultánea de dos puntos de vista mediante la división de la pantalla. Cuenta que en Tiro en la cabeza veremos hablar a los personajes pero no oiremos lo que dicen, que lo único que escucharemos será el sonido ambiente. Como no entiendo de vanguardias ni de búsquedas artísticas, como las películas que más me gustan están realizadas en plano y contraplano y abarrotadas de diálogos, me ponen nervioso los experimentos. En cualquier caso sospecho que esta película no me va a dejar indiferente, que debido a la compleja personalidad del autor y al tema que retrata, sólo existe la posibilidad de esos términos tan maximalistas y ampulosos de lo mejor o lo peor.

Hago memoria de las ocasiones en las que el cine español se ha ocupado de la ancestral pesadilla que nos tortura a los opresores de Euskal Herria. Extrañamente, me cuesta menos esfuerzo y me proporciona placer inmediato recordar las películas sobre el IRA, sobre espantos que me quedan lejos. Se titulan En el nombre del padre, Juego de lágrimas, Michael Collins, The boxer, Domingo sangriento, El viento que agita la cebada, Omagh, La hija de Ryan, En el nombre del hijo, El delator o Agenda oculta. Descubro que no sólo el cine estadounidense me ha colonizado el subconsciente. También el británico. Con la única condición de que sea bueno.

Repaso documentales y ficciones sobre ETA. Me han impresionado más los primeros: Trece entre mil, Perseguidos, Asesinato en febrero, La pelota vasca. Repaso las segundas. Hay de todo, pero el nivel medio es muy digno: La muerte de Mikel, Días contados (Concha de Oro en San Sebastián), La fuga de Segovia, La voz de su amo, Yoyes, Ander eta Yul, Operación Ogro (ésta era horrorosa), Todos estamos invitados. Y espero con morbo el estreno en el festival de San Sebastián de Tiro en la cabeza. Es un territorio arriesgado, aunque todo acostumbre a estar pactado para que los concienciados gudaris no jodan la fiesta. A lo peor ocurre si Rosales ha sido demasiado radical con los radicales.

Ana Torrent, en un fotograma de la película <i>Yoyes,</i> la biografía de la dirigente etarra Dolores González Catarain que dirigió Helena Taberna.
Ana Torrent, en un fotograma de la película Yoyes, la biografía de la dirigente etarra Dolores González Catarain que dirigió Helena Taberna.
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