Matando al padre
Quizás influido por ese fragmento de La tormenta de hielo en que Rick Moody, a propósito de Los cuatro fantásticos, relacionaba los conceptos de familia y antimateria, Ang Lee -que supo leer y adaptar muy bien la novela de Moody- debió de pensar que la adaptación de las aventuras de La Masa (o, si lo prefieren, el increíble Hulk) era una buena ocasión para elaborar una lectura personal del personaje de la Marvel: en sus manos, Hulk (o Bruce Banner, su álter ego humano) se incorporaba a ese universo regido por las problemáticas relaciones paternofiliales que esbozaban trabajos como El banquete de bodas y Comer, beber, amar y que había alcanzado su forma más compleja en, precisamente, La tormenta de hielo. Hulk (2003) no fue tanto una mala película como un trabajo disfuncional, fascinante por lo mal orientado: una película de superhéroes que mimetizaba con ingenuo dinamismo las formas de una historieta y que exageraba su condición de trabajo comercial llevado al redil de un discurso de autor no muy rotundo.
EL INCREÍBLE HULK
Dirección: Louis Leterrier.
Intérpretes: Edward Norton, Liv Tyler, Tim Blake Nelson, William Gurt.
Género: ciencia-ficción. Estados Unidos, 2008.
Duración: 114 minutos.
El increíble Hulk sigue siendo una película extraña y disfuncional, pero por diversos motivos: es la primera vez, por lo menos en la memoria de este crítico, en que una secuela ha sido diseñada de principio a fin para refutar a su modelo, tanto en sus elecciones de reparto como en su planteamiento formal y su orientación narrativa. Las gentes de la Marvel, que, a partir de Iron man, tienen el control de sus propios productos cinematográficos, parecen haberse empeñado en que el espectador se olvide de Ang Lee y de la grandilocuencia de su aproximación al personaje. El resultado no es desdeñable, pero es insuficiente: no tiene el carisma de Iron man -donde la vida civil de Tony Stark resultaba tan interesante como su vuelo superheroico-, pero tampoco hace que la cara del aficionado se caiga de vergüenza.
Uno de los muchos estilistas del cine comercial francés reciclados como mano de obra en Hollywood, Louis Leterrier, se aplica a la labor de facturar una película con la parca densidad narrativa de un comic book: a veces se agradece que el estilo no engole su tono en el empeño de vender una aventura autocombustible con la pompa y circunstancia de una novela gráfica. Edward Norton, que compone un Bruce Banner con esa consustancial fragilidad que tan lejos le quedaba a Eric Bana, parece haber renegado del montaje final y quizá su desencuentro con producción condene a la saga a una nueva refundación. Que las fisonomías enclenques de Norton y Tim Roth sirvan de fundamento a las hipérboles digitales de Hulk y la Abominación puede, por un lado, funcionar como broma involuntaria o como comentario a pie de página sobre ese futuro del cine espectáculo: la autoridad interpretativa de ambos actores sirve de poco cuando no hay personaje al que hincarle el diente. Por eso, el verdadero espectáculo empieza cuando la imagen digital toma posesión de la escena.
Iron man y El increíble Hulk encarnan los dos extremos que, a partir de ahora, se pueden esperar del catálogo Marvel: la película que uno puede disfrutar con cierto placer y el anuncio hipertrofiado que parece prometer el lanzamiento de un videojuego.
Babelia
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