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EN LA CALLE | La 'web'
Columna
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Fructuós Canonge

Tomàs Delclós

Fructuós Canonge fue un célebre mago catalán del XIX, de cuando los ilusionistas tenían abiertas las puertas de los grandes teatros, los recibían los reyes y eran aplaudidos por su arte. Nació en Montbrió del Camp y emigró a Barcelona, donde se instaló como limpiabotas en la plaza Reial. Hace unos años, el Ayuntamiento rescató los iconos callejeros que le sobrevivieron: el rótulo de su chiringuito y un dibujo mural de él ya como mago consagrado. Pobre, fue solidario con los aún más pobres. Las turbulencias políticas de la época lo salpicaron terriblemente (estuvo a punto de ser ejecutado por la vía sumarísima). Ya como célebre prestidigitador, recorrió los escenarios de España y Suramérica. Ahora, el Ayuntamiento de Montbrió ha publicado un libro del párroco de la localidad, Josep Ollé (Fructuós Canonge i Francesch, de llustrador a prestidigitador). No se trata sólo de un homenaje local a un hijo predilecto. Es una buena oportunidad para conocer a un singular personaje. El libro recorre lo que dijo la prensa de la época de los éxitos de Canonge. Son crónicas llenas de superlativos, tan entusiastas que algunas veces relatan juegos de Canonge que no son posibles porque si lo fueran... serían milagros. Por ejemplo, que una dama pensaba una carta y sin otro trámite, aparecía (la carta) clavada en la pared.

La semana pasada, en el espacio que la gente de El Rey de la Magia tiene en la calle del Oli, se presentó el libro en una fiesta, obviamente, mágica. Es posible que Canonge tuviera que ver con la vocación de Partagás, el fundador de la tienda, con quien coincidió en Suramérica. A pesar de lo entrañable y singular que es el personaje, hay pocos rastros de él en Internet (eso sí, cinco líneas en la Viquipèdia catalana), otro síntoma de lo poco que mimamos ahora a estos artistas. Un familiar suyo tiene una web muy artesana con fotos (www.telefonica.net/web2/gimenezcanonge/index.htm).

Con todo, en Internet hay magia. Además de los previsibles sitios de tiendas y profesionales, muchos magos domésticos muestran sus trucos, por ejemplo, en Youtube. El truco, sin embargo, como decía Houdin, no es lo que debe buscar el público inteligente que siéndolo, y en estupenda complicidad con el mago, se deja engañar.

Un pequeño ejercicio de magia virtual lo ofrece el inevitable Copperfield. Muchas páginas lo albergan. Basta con buscar "David Copperfield card trick" y en cualquiera de ellas encontrará que el mago se propone adivinar una carta que el internauta ha pensado.

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