La resurrección de Françoise Sagan
Sylvie Testud encarna a la atormentada autora de 'Buenos días, tristeza'
El 15 de marzo de 1954 se publicaba en Francia Bonjour, tristesse. Para muchos, esa primera novela de Françoise Sagan significaba el final de la posguerra. Una autora de 18 años, que hablaba de sus amores, sedienta de belleza, harta de héroes, irrumpía en un contexto marcado por la necesidad de reescribir la Historia, con mayúsculas. Sagan escribía "sobre la incomodidad de la gente desprovista de todo atractivo físico" y constataba: "Su resignación ante el hecho de no agradar se me antoja indecente, pues, ¿qué otra cosa podemos desear que el gustar?". De pronto, Sagan se convirtió en "un encantador monstruo de 18 años". Y el "monstruo" vendió más de tres millones de ejemplares.
"Tenía que atraparla a partir de su exterior", dice la camaleónica Testud
"¿Para qué contar cuando lo importante es vivir?", defendía Sagan
Hoy Sagan es otra cosa. De entrada, ha sido olvidada. Murió en 2004, sin un duro, marginada. Y ahora se la resucita. Primero, a través de una biografía de éxito -bien escrita, rápida, no académica: Sagan à toute allure, de Marie-Dominique Lelièvre-; luego, gracias a una película -Sagan, de Diane Kurys-; por fin, a través de la explotación de ese mismo filme en una versión larga (cuatro horas) que se emite en televisión en cuatro episodios.
Sylvie Testud es Sagan en el filme. Y lo es como una reencarnación. "Tenía que atrapar el personaje a partir del exterior", dice la actriz. Y lo ha conseguido. Es como ella, se mueve como ella, habla como ella. Sagan es un personaje popular para el imaginario francés porque tiene clase, desparpajo e insolencia pero nunca vulgar. Tuvo multitud de amores, se autodestruyó a base de alcohol y cocaína, se encontró embarcada en embrollos fiscales inverosímiles aunque no dejó nunca de escribir. Mejor o peor, pero siempre con elegancia.
Françoise Sagan, que en realidad se llamaba Françoise Quoirez y que cambió de apellido para no perjudicar a su familia, era hija de la alta burguesía francesa. Su educación nace de la lectura de Gide, Camus, Eluard, Sartre, Rimbaud y, sobre todo, de Proust. Y es la primera autora que se interesa por el ocio de los personajes en tiempo de vacaciones. A Hollywood le atraen sus ficciones, Otto Preminger dirige la adaptación de una de sus novelas. Escribe obras de teatro, canciones y libros, muchos libros. Se enamora de hombres y mujeres -entre ellas, Ava Gardner-, se casa dos veces, la primera con un donjuán, la segunda con un homosexual del que tiene un hijo. "Nunca desayunamos juntos. Vivía de noche. Nos encontrábamos por la tarde, cuando yo salía de la escuela", recuerda Denis Westhoff, ese hijo al que ella no supo o no quiso o no pudo cuidar.
La película relanza un personaje que sabía que el humor es la cortesía de los desesperados. Reconstruye una época y un mundo. Ella ganó su primera casa propia, una mansión en Normandía, jugando a la ruleta. A principios de los setenta, cuando no tenía derecho a firmar cheques y todos los casinos le prohibían la entrada, volvió a rehacer su fortuna gracias a la victoria de un caballo, su caballo. Volvió a dilapidarla, en drogas, fiestas y amigos.
Hoy, la gran mayoría de obras de Françoise Sagan son difíciles de encontrar. No se trata de que los lectores la hayan olvidado, sino de que el fisco la sigue teniendo en su punto de mira. Su hijo lo explica: "Cuando se encontró con que debía 900.000 euros a Hacienda, dejó de escribir, pues todo lo que ganaba servía para alimentar el fisco. Tenía su cuenta corriente bloqueada. He heredado sus deudas e intento renegociar la reedición de sus obras, pero, ¿por qué hacerlo si todo lo que generan ha de quedárselo el Estado?", cuenta Denis Westhoff. De momento, ha recuperado los derechos de 13 novelas que no eran reeditadas por esa razón. Y sueña con vender a Hollywood los derechos de algunos de sus libros, que siguen teniendo atractivo para los productores. "Su destino está en manos de un funcionario del Ministerio de Hacienda". Ridículo, pero comprensible, para una mujer que decía: "¿Para qué contar cuando lo importante es vivir?".
La dependencia de las drogas, comenzada a raíz de un gravísimo accidente coche -en 1957- que la habituó al consumo de un derivado de la morfina, complicó la vida de Sagan hasta extremos inesperados. Como miembro de la comitiva que acompañaba al presidente François Mitterrand en un viaje a Colombia, tuvo que ser internada de urgencia en un hospital por un problema de sobredosis. La policía la detuvo en diversas oportunidades en posesión de grandes cantidades de cocaína. Y, para acabar de complicarlo todo, cuando su cerebro ya estaba lo bastante nublado, se prestó a intervenir como intermediaria en los extraños contratos que firmaba la petrolera ELF. Hoy todos los principales responsables del caso descargan en ella sus responsabilidades.
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