_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La falda de las enfermeras

Las noticias vuelan, y las informaciones también. La actualidad está incapacitada para la memoria, tiene poca curiosidad por las verdaderas dimensiones del presente. Nos interesa la novedad más que la información. Las novedades corren, estallan en las manos y son ellas mismas carne de cañón, porque están llamadas a desaparecer con las primeras lluvias de cada día, esas lluvias secretas que deshacen en los relojes, incluso durante los días de sol, nuestra sorpresa ante una catástrofe, un drama familiar o un suceso de la vida cotidiana. Estar informado, sin embargo, no significa estar a la última, haberse enterado de lo que ocurrió hace unos minutos. La información tiene su ayer y su mañana, sus recuerdos y sus intuiciones. Conviene disolver las prisas de las noticias en la curiosidad paciente de la información. La memoria periodística es una virtud ciudadana imprescindible para conocer el presente, la historia real que se habita. Es útil preguntarse, pasadas las semanas, por las consecuencias de lo que se ha leído, de lo que un día fue titular, de los hechos que animaron las discusiones y las pasajeras tesis doctorales de las tertulias. Las resacas son parte del presente. Deberíamos preocuparnos por cómo es hoy la vida de los afectados del huracán de antesdeayer, por cómo anochece la familia que sufrió un asesinato al amanecer, por cómo pasan los sábados la mujeres que fueron violadas los lunes, por cómo viven el sol de junio la ciudades bombardeadas bajo los frío de enero.

Hace unas semanas nos llegó la noticia de que en el Hospital San Rafael de Cádiz se estaba imponiendo a las enfermeras un uniforme compuesto de medias, falda corta, delantal y cofia. Como los compañeros masculinos visten un pijama hospitalario más cómodo para trabajar, algunas delegadas sindicales de CC OO mostraron su rechazo ante una decisión que huele mal y no esconde un marcado carácter sexista. La Inspección de Trabajo resolvió que la imposición de dicho uniforme era discriminatoria y propuso una sanción para la empresa. Desde entonces han pasado los días, los periódicos, las tertulias de radio, y la curiosidad informativa me lleva a preguntarme por el hoy de aquel ayer, por el presente de lo que ya no es noticia, ni forma revuelo en los titulares. ¿Qué pasa ahora con aquellas trabajadoras humilladas? En la página web de la Secretaría de la Mujer de CC OO, me informo de que el dueño del hospital envió una circular confirmando que el uniforme de las mujeres de su clínica es ese. Además, ha impuesto un traslado forzoso de Cádiz a Málaga a una trabajadora que apoyó las concentraciones del Comité de Empresa y ha abierto un expediente por falta muy grave a las delegadas del Comité por incumplir la orden de ponerse el uniforme, con amenaza de despido. Este hoy del ayer no es noticia, ya no forma parte de la actualidad.

Tampoco parece noticia el mañana del hoy. El Hospital de San Rafael es un centro concertado por la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, y su propietario tiene otros hospitales en Málaga y Huelva. En ellos puede imponer su voluntad privada, igual que la Iglesia Católica impone sus creencias particulares en los colegios concertados que regenta, con la ayuda de Dios y el consentimiento de nuestros gobiernos. Las enfermeras del Hospital de San Rafael sufren la discriminación que impone la renuncia pública en manos privadas. Los informes de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública en Andalucía advierten que todo esfuerzo por conseguir la igualdad sanitaria y el equilibrio territorial en esperanza de vida se estrella ante las políticas neoliberales que justifican la eficacia de la privatización. Y ofrecen muchos datos que demuestran que la falta de orgullo a la hora de defender los espacios públicos nos impone primero un uniforme, y después nos deja desnudos ante las ocurrencias empresariales sobre la moda.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_