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Columna
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Lo que Bush separa, Ahmadineyad lo une

¿Vería Arabia Saudí con buenos ojos un eventual bombardeo israelí de las instalaciones nucleares iraníes? Esta pregunta se repite con cada vez más frecuencia, y a ella no son ajenos los propios saudíes. Que Israel, que recién ha cumplido su 60º aniversario, perciba en Irán una amenaza existencial y esté dispuesto a todo con tal de conjurarla, no sorprende. Que Estados Unidos vaya a asumir sin rechistar las consecuencias de una acción militar israelí en este sentido, tampoco resulta una novedad. Pero que Arabia Saudí, y con ella las monarquías petroleras del Golfo también estén comenzando a considerar el programa nuclear iraní como una amenaza existencial, hasta el punto de estar preparados para mirar para otro lado en caso de un bombardeo israelí, da cuenta de hasta qué punto Oriente Próximo y el golfo Pérsico se han convertido en una zona donde la política, la guerra y las oportunidades diplomáticas están en continuo movimiento.

Lo que preocupa es el realineamiento de las relaciones de poder que conlleva un Irán nuclear

Estos días preocupa, y mucho, la sospecha de que la Administración Bush, tras una dura lucha interna, habría dejado en manos de los israelíes la elección del mejor momento para destruir las instalaciones nucleares iraníes situadas en Natanz. Como ocurrió en 1981 al bombardear el reactor iraquí de Osirek, así como hace unos meses, al destruir la aviación israelí las instalaciones que el régimen sirio estaba construyendo con ayuda norcoreana, Israel actuaría ahora como líder y Washington como mera comparsa. La renuncia en marzo del almirante Fallon, responsable del Mando Central estadounidense para la región, tras criticar el ardor guerrero de su Gobierno respecto a Irán, es un dato a tener en cuenta.

Dado el récord de Irán y sus aliados, desde el Mahdi en Irak, Hamás en Gaza o Hezbolá en Líbano, la perspectiva de una bomba chií no deja tranquilo a nadie. Pero las consecuencias de un bombardeo israelí son tan temibles como el propio programa nuclear iraní: en el mejor de los casos, la represalia iraní, que seguramente se dirigiría a intentar interrumpir las exportaciones de petróleo del Golfo, podría catapultar el precio del crudo hasta precios de infarto en un momento ya marcado por una aguda crisis energética, alimentaria y crediticia. Pero lo que realmente preocupa es el realineamiento de las relaciones de poder que conllevaría un Irán nuclear en una región que sigue siendo el epicentro de todas las tensiones que hay en el mundo. Por ello, hay quienes ven en las insinuaciones saudíes una invitación explícita para que Europa se implique más decisivamente en la región y haga valer su peso económico y diplomático.

Que Estados Unidos negocie con Irán resulta urgente. El problema es que, como ha resaltado recientemente Henry Kissinger, Ahmadineyad no parece haber decidido todavía si quiere que Irán sea un Estado o una ideología. En el primer caso, Obama, el almirante Fallon y los europeos tendríamos razón al buscar un acomodo con Irán, confiando en su transformación, hacia dentro en términos de progresiva liberalización política y económica, hacia fuera vía su socialización como actor indispensable para la cooperación regional. De hecho, la reciente visita de Ahmadineyad a Bagdad es una clara señal de que la diplomacia iraní también ha comenzado a percibir el inmenso potencial, y los beneficios, de una política exterior inteligente.

Pero si Irán insiste en ser una ideología, no sólo confirmará los peores presagios de los israelíes, sino también de sus vecinos, que aunque sea soterradamente, acabarán configurando una gran alianza regional para aislar al régimen iraní. De seguir así, Ahmadineyad se podrá atribuir el mérito de haber reunido a Estados Unidos, Europa, Israel y Arabia Saudí bajo un mismo techo estratégico, facilitando el consenso en torno a una política de contención hacía Irán a la que difícilmente China y Rusia podrían oponerse.

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Paradójicamente, estas circunstancias tan difíciles ofrecen a Europa una importante oportunidad para acercarse a Arabia Saudí y a las monarquías del Golfo con el fin de reforzar una relación que en los últimos años viene adoleciendo de numerosos problemas. Evidentemente, este acercamiento no es fácil, pues hay muchas cuestiones difíciles, entre ellas las relacionadas con la democracia y los derechos humanos, pero también existen enormes oportunidades que deben ser exploradas en el campo de la tecnología, los servicios e incluso la educación. La cuestión es: ¿sabrá Europa aprovecharlas?

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