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Reportaje:

Demasiado estrés. Medítalo

La ansiedad alcanza ya al 47% de la población, 15 puntos más que en 2001 - Y la meditación se instala con fuerza entre directivos desbordados

Tras un arduo día de trabajo, Laura se sienta en el sofá de casa y se observa durante un buen rato. Medita, como cada día. Laura (prefiere no citar su nombre real) tiene 41 años y dos hijos pequeños. Es una exitosa directora financiera de una multinacional estadounidense en Madrid. Su cargo le genera un alto nivel de estrés que ni el golf ni el tenis que practica con devoción son capaces de rebajar. Se apuntó al yoga y la meditación por recomendación de un amigo médico. Y parece que le funciona.

El caso de Laura no es único. En los últimos años se ha generalizado la práctica del yoga, taichi, chikung y otras modalidades alternativas a los deportes convencionales. Se calcula que hay 500 millones de practicantes de yoga en todo el mundo, desde niños a personas muy mayores.

Algunos acuden al yoga como si fuera un supermercado espiritual
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Sólo en Madrid y Barcelona los centros de yoga y similares superan el centenar. En centros cívicos y gimnasios, las milenarias asanas (posturas yóguicas) o de taichi conviven con el

hidrospinning (pedalear en el agua) o el aerobox (basado en el entrenamiento de boxeadores).

¿Qué motivos hay tras tanta cultura alternativa del bienestar? ¿Mantener el cuerpo? ¿Un bálsamo para sobrellevar el ritmo diario? ¿Algo más profundo?

Según la Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo del Ministerio de Trabajo,

un 47% de personas afirmaban en 2006 tener niveles altos o muy altos de estrés; en 2001, sólo el 31,8% lo sufría siempre o frecuentemente. Pocos lo combaten con piscinas o el fútbol: aunque muchos pasean cada día como ejercicio físico, el 63% de los españoles entre 15 y 74 años afirma no practicar ningún deporte convencional, según una encuesta sobre hábitos deportivos realizada por la Universidad de Valencia en 2005.

Pero, ¿y si sólo fuera una moda? "Hay una crisis generalizada y la gente está preocupada, lo reconozca o no; es el sálvese quien pueda, lo cual significa tener el último televisor y otras cosas, y sobrevivir, cada cual como puede", dice Magda Catalá, doctora en filosofía, psicoterapeuta y estudiosa del budismo. En su opinión, la mayoría sigue una moda y acude "a un supermercado espiritual en donde escoge supuestas salidas al estrés, la competitividad y la agresividad que flotan por todos lados". Sólo unos pocos, añade, realmente buscan dentro de sí mismos para crecer y evolucionar, "pero no son caminos de simplificación de la vida, sino de compromiso serio y de trabajo intenso que se ha de complementar, a veces, con terapias o retiros de meditación prolongados".

Pero no es fácil dejar el ego en el armario. Los ejercicios orientales no sirven de mucho si se hacen desde fuera de la persona, dice Catalá. "Antes se hacía jogging, ahora taichi o yoga; dentro de un tiempo será una mezcla". "Algunos lo hacen como una píldora tranquilizante; esto es válido y respetable, pero si no hay un compromiso serio, en general ligado a algún cataclismo en la vida que te obligue a cambiar, pocas veces nos dirigimos hacia un camino que es arduo y cuesta arriba".

De igual modo, Luis Enrique Alonso, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, cree que las actividades físicas responden, en muchos casos, "al narcisismo de presentación del cuerpo, la estilización de la figura o la obsesión por la salud. Son el contrapeso al estrés y competitividad de la vida cotidiana". La era de la trivialización que vivimos, añade Alonso, nos hace desvalorar las cosas, algo que ha pasado con las imágenes tras el boom de la fotografía digital. Por ello ve normal la generalización de nuevos negocios que trivializan el sentido del yoga y de otras disciplinas y que ha hecho que no tengan un coste de entrada ni de salida, "se han convertido en un producto de consumo más".

Otros especialistas creen que muchos buscan encontrarse mejor. Tsewang Tamdin, médico personal del Dalai Lama, explicó recientemente en Barcelona que en Occidente se lleva un estilo de vida muy estresado "y la mente angustiada provoca más problemas físicos".

El sociólogo Mario Gaviria, premio Nacional de Medio Ambiente 2005, nos da alguna solución: "Se puede vivir con menos dinero sin complicarse la vida, pero la sociedad basada en producir y producir genera insatisfacción por la elevada competitividad". Algunos se atreven a probar el downshifting (una especie de vivir a medio gas, reducir gastos e ingresos para disfrutar la vida). "Es vivir con mayor sabiduría", dice Gaviria. O, como describe Eduardo Crespo, catedrático de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid, optar por actividades o estilos de vida "que aunque puedan ser menos exitosos, en el sentido tradicional de lograr niveles de consumo altos, mejoremos la calidad de vida y, sobre todo, tengamos tiempo propio, porque administrarlo bien es tan importante como el dinero".

¿Quién está dispuesto a dar el paso? Toni Latorre, de 39 años, es uno de ellos. Tras 18 años sembrando en una multinacional del ramo médico, hace tres meses decidió dejar el empleo. Ganaba un buen sueldo y, como jefe de contabilidad, tenía un puesto de responsabilidad ganado a pulso. Entonces, ¿por qué dejarlo todo? Latorre sufrió hace unos años una crisis de ansiedad. Visitó médicos, comenzó a leer libros de autoayuda, a participar en grupos de crecimiento personal y hasta pasó por el diván de un psicólogo. Sin resultado. Seguía sin conocer las razones de su desasosiego y tristeza. Algo despertó en su interior tras participar en un taller de trabajo personal y hacer meditación dinámica. "Aprendí a ser más valiente, a no tener miedo a los cambios y a adquirir mayor seguridad en el trabajo, sobre todo en el trato con los superiores".

No fue suficiente. Latorre seguía insatisfecho sin saber por qué, mientras paralelamente fue asumiendo nuevas responsabilidades y retos. Hace un año, una baja de dos meses le facilitó pensar sin agobios. Le ayudó a ver que, en su caso, necesitaba primero dejarlo todo para poder reflexionar con calma. "Sé que puedo hacer otras cosas que me llenen y necesito tiempo para descubrirlas", dice. Cuando vuelva del Camino de Santiago que hará pronto, estudiará idiomas y estará abierto a nuevas ideas. Tras un plazo prudencial, espera poder reconducir su vida.

Manel, de 55 años, tiene madera resiliente. Armado de un MBA, creó hace bastante tiempo una inmobiliaria en l'Hospitalet de l'Infant (en Tarragona). El accidente de la central nuclear Vandellós I en 1983 lo arruinó, "los extranjeros dejaron de comprar". Resultado: le asaltaron cuadros de pánico y ansiedad. Busca mejor suerte en Madrid, pero le persiguieron las mismas crisis internas. Un buen día se preguntó, "¿qué hago aquí?". Regresó a su ciudad, Barcelona, y "como con 45 años nadie te quiere contratar" se autoempleó tras formarse en informática.

Inquieto, Manel había llegado al yoga y le atrajo tanto que se apuntó a los cursos de profesor para conocerlo mejor. "Un día me desperté dando clases". Apasionado por el tema, ahondó en el budismo tibetano y en otros conocimientos filosóficos y de crecimiento personal. "Se ha convertido en mi modo de vida", asegura. Lo mejor de todo: tras un año de yoga, pudo abandonar, supervisado por el médico, los tranquilizantes y ansiolíticos que se vio obligado a tomar durante muchos años.

¿Son pocos los que se atreven a buscar un nuevo camino a pesar de irles mal? El psicólogo Eduardo Crespo intuye que cada vez hay más personas conscientes de que necesitan alcanzar un equilibrio en sus vidas. "Se están produciendo cambios en el trabajo, se tiene más en cuenta la cualidad emocional y cierto equilibrio personal", dice. En estudios realizados con directivos, aparece una mayor necesidad de desarrollar habilidades emocionales, dice. En este sentido, la adopción de prácticas como "el taichi o el yoga están orientadas no sólo a favorecer una sociedad del conocimiento tecno-científico, sino también social y emocional".

Otros lo ven de forma diferente. Hoy día predomina una búsqueda para reducir el malestar inmediato, la gente trata de eliminar dolores de espalda, jaquecas o recuperarse psicológicamente, asegura Amable Díaz, psicóloga y presidenta de la Asociación Española de Profesores de Yoga, una de las más antiguas del país. "Estamos en una sociedad con gran demanda de productos tecnológicos, muy volcada en el exterior. El yoga canaliza la energía de la persona desde la quietud mental, la visualización y la respiración, es un instrumento para repensar los males que genera la sociedad".

¿Tanto pueden enganchar prácticas como el yoga? "Encuentras bienestar sin consumir y encima refuerza interacciones psicológicas que tienen mucho valor, como la serenidad y estar en paz con uno mismo", dice Amable Díaz. A corto plazo, "se pueden obtener beneficios como reducir la ansiedad y encontrar la armonía interior. La práctica continuada nos lleva a obtener un mejor estado físico, psicológico, a cambiar actitudes frente a la vida y los demás y a desarrollar el potencial. Otras actividades físicas pueden ser tan beneficiosas, pero no cuentan con su vocación espiritual", añade.

En Equilibrium Instituto de Yoga, en el corazón de Barcelona, se practica a todas horas. "Muchos buscan un espacio de silencio y relajación y trabajar su cuerpo para mantenerlo", dice Cristina Mata, maestra de yoga con 20 años de experiencia y directora del centro. A una minoría le entra el gusanillo. Son los que pasan cuatro años estudiando para profesor de yoga. No solamente aprenden la técnica de las posturas o la filosofía hindú, sino que adquieren conocimientos impartidos por médicos, fisioterapeutas y especialistas en nutrición. "Muchos lo hacen sólo para profundizar en el yoga, pero otros quieren convertirlo en su modo de vida", añade Mata.

Estos profesionales del bienestar se encuentran con el problema de que sus actividades no están reguladas, explica Amable Díaz. Diversas entidades trabajan con la administración para crear una acreditación de centros de formación de profesionales. "Muchos se hacen profesores de yoga en 20 días tras pagar 3.000 euros; el resultado es una inflación de profesores, poco o mal formados, que no encuentran trabajo", dice Ramiro Calle, maestro pionero del yoga en España. "Llegan a pagarles ocho euros por dar una clase; es vergonzoso", añade Calle.

A la directiva Laura no le cabe duda: el yoga y la meditación son unas inestimables herramientas diarias: "He mejorado mi relación con los demás, no me dejo llevar por las emociones en las reuniones y consigo una comunicación eficaz, el 90% del trabajo de cualquier cargo directivo". Un retiro de silencio al que asistió "fue la bomba". Entonces, ¿va a cambiar de vida? "¡Nooooo! Me gusta el ritmo de vida que tengo y he de ganar mucho dinero".

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