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Columna
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Repensar Europa

Turquía debería aprovechar la mala conciencia europea para lograr un amplio acuerdo con la UE

Joaquín Estefanía

Dice Le Monde que Nicolas Sarkozy promueve la candidatura de Felipe González para presidente de la Unión Europea (UE), y se puede añadir que José Luis Rodríguez Zapatero apoya la idea. Por el contrario, la sensación es que el ex presidente de Gobierno español está esperando el mejor momento para anunciar su "no candidatura" a ese puesto y despejar las especulaciones. Mientras los hilos se tejen, González trabaja como presidente del grupo de reflexión sobre el futuro de Europa, creado por el Consejo Europeo en su reunión del pasado diciembre.

Además de González, que fue nombrado por unanimidad, hay dos vicepresidentes: la ex jefe de Estado de Letonia, Vaira Vike-Freiberga, y el ex presidente de la multinacional finlandesa Nokia, Jorma Olilla. El resto del grupo, hasta 9 o 10 miembros, se formará con científicos, tecnólogos, economistas, expertos en inmigración o energía, etcétera. En los meses transcurridos se ha dado una especial resonancia, por la forma de trabajar y los objetivos que se proponen, entre el político González y el empresario Olilla, que ya se han reunido en varias ocasiones.

Dentro de unos días, González trasladará su despacho principal a la sede del madrileño palacio de Viana, propiedad del Ministerio de Asuntos Exteriores, donde ejercerá las dos actividades que tiene encomendadas: la presidencia del grupo de reflexión europeo y la de embajador plenipotenciario para los bicentenarios de América Latina. Para la primera contará con la ayuda del hasta ahora embajador de España en Washington, Carlos Westendorp, ya jubilado, muy buen conocedor de la Unión Europea. En la segunda tenía como apoyo a otro embajador, Pipo Dicenta, pero acaba de dejar su función para incorporarse a la Unión Latina.

Hasta donde se conoce, el grupo de reflexión de la UE armará su pronóstico (que ha de entregar en junio de 2010, coincidiendo con la presidencia española) en torno a cinco ejes. El primero, la Agenda de Lisboa, que trata de hacer de Europa la zona más competitiva del planeta: ¿por qué, con algunas excepciones, Europa no avanza más en la sociedad del conocimiento y en la inversión en capital tecnológico?

El segundo, el modelo energético y el cambio climático: sólo con los compromisos que Europa ha adquirido en lo que se refiere a la reducción de gases de efecto invernadero, se requeriría una revolución energética de la que no hay ni rastro; además, están los problemas geoestratégicos de abastecimiento en una región muy deficitaria en energía.

En tercer lugar, una reflexión sobre el modelo social, seña de identidad europea: cómo financiarlo en una coyuntura demográfica desfavorable y con déficit de competitividad en relación a otros conjuntos regionales.

Cuarto, la política migratoria europea en un momento en el que se empieza a manifestar el embrión de un modelo alternativo, restrictivo, al que se ha utilizado hasta ahora consistente en la recepción e integración de los inmigrantes, poniendo el énfasis en los beneficios de su llegada, no en las dificultades de su acomodo.

Por último, la determinación de una política exterior y de seguridad común, cuando el planeta se enfrenta a problemas vinculados no sólo al terrorismo internacional sino a redes mafiosas y criminales muy potentes, que no tienen fronteras y cuya actividad ocupa porcentajes crecientes de la actividad económica.

A estos puntos, que tratarán de componer un discurso estratégico sobre un proyecto común (no un estudio teórico de miles de páginas), se les podrían unir algunas de las obsesiones europeístas de Felipe González, por las que seguramente fue elegido por los jefes de Estado y de Gobierno de los Veintisiete. Por ejemplo, las fronteras de la UE y el caso de Turquía.

El socialista español siempre ha creído, más allá de las declaraciones de unos y otros, que pasará mucho tiempo antes de que Turquía sea un miembro más de la Unión. Por tanto, habrá de encontrarse una hoja de ruta que tenga en cuenta este hecho.

Turquía debería aprovechar la mala conciencia europea para lograr un acuerdo especial con la UE lo más amplio posible; por ejemplo, usar el euro como moneda aunque no tenga libertad de movimientos de personas. Cuando los europeos estén acostumbrados a compartir experiencias con los turcos, habrá otro ambiente psicológico y se podrán abordar nuevas cuotas de participación conjunta.

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