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El Manhattan de arena

Ángeles Espinosa

Desde el aire, Shibam parece un espejismo. Un puñado apretado de edificios surge de la arena desafiando la gravedad y emitiendo destellos dorados. A su alrededor, palmeras y el cauce del Hadramaut. Más allá, sólo el vacío del Rub al Khali, un desierto enorme e impenitente que ha marcado la vida y la historia de esta antigua ciudad amurallada del este de Yemen. Una vez puestos los pies en tierra, el encanto no desaparece, pero la proximidad evidencia las dificultades que para sus habitantes supone vivir en ella, y conservar la que la viajera Freya Stark bautizó como "Manhattan del desierto".

Si acaso, sería al revés. Manhattan debería calificarse como "la Shibam del siglo XX" porque la increíble ciudad de los rascacielos yemení precedió con mucho al centro financiero del mundo moderno. Sus orgullosos 7.000 habitantes remontan el origen de su asentamiento al siglo XII antes de Cristo, aunque no hay constancia escrita de su existencia hasta 1.500 años después, cuando la destrucción de Shabwa hizo que se trasladara la capital del reino de Hadramaut a este oasis surgido en la confluencia de varias ramblas.

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A PUNTO DE SER SECUESTRADOS

Ya quisiera Manhattan disfrutar de la tranquilidad de las calles de Shibam, demasiado estrechas para permitir el tráfico rodado. Y ya quisiera Shibam contar con los recursos económicos y las comunicaciones de aquélla, aunque cuando ni siquiera existía Nueva York también fue un importante centro comercial en la ruta del incienso y las especias. Allí recalaban las caravanas que viajaban desde Omán hacia La Meca y los puertos del mar Rojo. El zoco de Shibam sigue ofreciendo el mejor incienso de Yemen, pero hace tiempo que las hojas del estimulante qat han arrinconado ese comercio. Los yemeníes las mascan en compañía de sus amigos al estilo que los españoles toman vinos.

Fue la riqueza del incienso la que contribuyó a levantar uno de los más extraordinarios ejemplos de la arquitectura local que luego se repetirá en otras ciudades de Yemen como Kawkaban o el casco antiguo de Sanaa. Sin ninguno de los sólidos materiales que siglos después permitirían la construcción de rascacielos, utilizando tan sólo adobe y troncos de palmera, alzaron torres de hasta nueve pisos sobre cimientos de piedras. Reconstruidas tras las crecidas de 1298 y 1532, no deja de ser milagroso que se hayan mantenido enhiestas hasta nuestros días.

A pesar de lo modesto de los materiales, la variedad de diseños con los que se adornan las fachadas convierten Shibam en un verdadero museo al aire libre. No sólo la Gran Mezquita o la Casa de Jarhum, el edificio más antiguo de la ciudad, están decoradas con celosías y puertas de madera antiguas. Los marcos de cal realzan los vanos de las ventanas o delimitan los distintos pisos, sobre todo los más altos, en la práctica totalidad del medio millar de torres que se conservan dentro de la muralla. En contraste con el blanco de la cal, la paja que se usa para dar consistencia al barro produce destellos dorados bajo el sol del desierto.

Este conjunto, que la Unesco considera "el ejemplo más antiguo y mejor conservado de planificación urbana basado en el principio de construcción vertical", tuvo sin duda una intención defensiva. Lo que los arquitectos yemeníes de la época buscaban era edificaciones que permitieran hacer frente a los ataques beduinos. No podían contar con la protección de las montañas porque para acceder al agua tenían que instalarse junto a los cauces de los ríos estacionales que regaban el valle. Así que concentraban a la población en el menor espacio posible dentro de una estructura compacta.

Todavía hoy, al acercarse por carretera, la imagen de la ciudad fortaleza resulta imponente. La muralla, reconstruida como el resto en el siglo XVI, rodea la aglomeración urbana que se apiña sobre una pequeña colina. Luego, una vez atravesada la Gran Puerta de entrada, un laberinto de callejuelas serpentea alrededor de los edificios. El alineamiento parece concebido para romper la perspectiva a nivel de suelo, poniendo obstáculos a la vista y dando la impresión de que las casas se esconden unas detrás de otras.

Es una concepción urbanística que recuerda a la ciudad musulmana. Sólo que Shibam, la Shibam del Hadramaut (porque hay otras Shibam en Yemen), se levantó varios siglos antes de la aparición del islam, una religión que sus habitantes enseguida abrazaron con fervor y más tarde ayudaron a extender por el sureste asiático, desde Java hasta Singapur. Eso fue en el siglo XVIII, a raíz de que las nuevas rutas marítimas abiertas por los portugueses acabaran con el negocio de las caravanas. Sin los intercambios comerciales que generaban prosperidad, los habitantes de Shibam tuvieron que emigrar.

En contrapartida, sus remesas ayudaron a mantener la ciudad. Las remesas y la ley consuetudinaria local que, desde la reconstrucción de la ciudad en 1553, exigía que cualquier reparación se hiciera siguiendo el modelo original con exactitud. Así se explica que los muros de adobe hayan llegado hasta nuestros días sin casi variaciones, aunque no sin daños. Al desdén con que el régimen marxista de la República Democrática de Yemen (nacido en 1967 y disuelto en 1990, cuando el país se unió al norte) trató a la región, se sumó en 1982 la crecida que destruyó la presa de Muza, a las afueras de Shibam.

A partir de ahí, el presidente Ali Náser Mohamed pidió a la Unesco que incluyera Shibam en su lista de lugares patrimonio de la humanidad. Al menos 45 edificios se encontraban en estado crítico a causa de las inundaciones, la falta de drenaje y la necesidad de restaurar la capa de ramad, el emplasto de cal y cenizas con el que se impermeabilizaban paredes y tejado. Un plan de emergencia para reparar la presa y otro más a largo plazo para instalar una red de agua y alcantarillado, además de tendido eléctrico y telefónico, llevaron la ciudad al siglo XX.

Desde entonces, los esfuerzos realizados por el Gobierno yemení para rehabilitar Shibam han merecido uno de los premios Aga Khan de arquitectura en su edición de 2007. El proyecto de desarrollo urbano lanzado siete años antes con la ayuda de la empresa de cooperación al desarrollo alemana GTZ ha logrado mejorar o restaurar más de la mitad de los edificios de la ciudad, que hoy cuenta con dos escuelas y una clínica, además de seis mezquitas y dos madrazas. De sus 437 casas particulares, 398 se encuentran habitadas.

A pie de calle, las construcciones se muestran robustas. Muros de un metro de espesor garantizan el apoyo de los pisos superiores, cuya superficie se va reduciendo a medida que se gana altura. Lo mismo sucede con el grosor de las paredes, que al final se quedan en 30 centímetros. El edificio más alto de Shibam tiene ocho plantas que se levantan 29,15 metros sobre el suelo y 36,51 sobre el lecho del río. Los hay también de seis y siete pisos, pero la mayoría poseen cinco alturas.

A diferencia de sus herederas de siglos posteriores, las torres yemeníes no albergan más que a una familia y los sucesivos niveles marcan, todavía hoy, la transición de lo público a lo privado. La planta baja ha dejado de usarse como cuadra, pero, como prueban las 134 tiendas censadas en el casco antiguo de Shibam, sigue siendo un lugar de intercambio con el exterior. El primer piso acoge el diván, o salón de recibir, un ámbito esencialmente masculino. En el siguiente se halla la sala de reunión familiar, que en ocasiones dobla como dormitorio, y por encima, las habitaciones privadas, incluida la cocina, el dominio tradicional de las mujeres.

El último piso, o mafrach, se reserva para las reuniones con familiares o amigos muy cercanos a los que por la tarde se invita a mascar qat, leer poesía o escuchar música tradicional, una costumbre que a veces hace pensar que el tiempo se ha detenido siglos atrás. Ese ático es también la habitación con las ventanas más grandes y suntuosas de la casa, decoradas con celosías de madera y escayola e incluso a veces con cristales de colores.

Las estupendas vistas que se divisan desde esas privilegiadas atalayas sirvieron en el pasado para vigilar las incursiones beduinas, pero ahora se han convertido en un buen reclamo para sacar unos dólares al extranjero. El proyecto de rehabilitación de Shibam intenta crear nuevas estructuras económicas y sociales que permitan que esta ciudad única siga siendo una comunidad con vida y no un mero museo. Una de las apuestas es el turismo, actividad que bien gestionada no sólo proporciona empleos, sino que además da motivos de orgullo a sus habitantes.

De hecho, el programa de recuperación de las viviendas ha cuadruplicado en estos años la demanda de construcción tradicional y contribuido a la economía local. Los maestros constructores de la ciudad han constituido una asociación gremial que promociona el comercio y se asegura de que los contratos gubernamentales en la ciudad se hacen con mano de obra local y de acuerdo con la tradición.

Incluso los programas de alfabetización han logrado alcanzar a un 20% de las mujeres iletradas de la comarca.

Atraer al turismo se está probando más complicado. Aunque la precariedad de las infraestructuras se ve largamente compensada por la autenticidad que ofrece, Yemen es un país con mala prensa. Justo cuando empezaban a remitir los secuestros de extranjeros a manos de tribus agraviadas por el Gobierno, varios atentados de alta visibilidad atribuidos a Al Qaeda y una revuelta en el norte vuelven a empañar su nivel de seguridad.

Sirve de poco consuelo saber que los responsables del ataque que costó la vida a ocho turistas españoles en julio del año pasado en Maarib fueron con toda probabilidad terroristas extranjeros. Igual que se descubrió en el único secuestro en que hubo que lamentar muertes, en diciembre de 1998. También resulta difícil discernir entre las informaciones sobre la revuelta zaidí que ocasionalmente llegan a los medios europeos, que se trata de un conflicto regional muy localizado y lejos de las rutas más frecuentadas.

Sin embargo, es importante subrayar que si el concepto de seguridad se refiere al riesgo de robo o atraco, las posibilidades son mucho menores que en cualquier destino turístico occidental. Hay que respetar, eso sí, las normas de precaución que imponen las autoridades yemeníes; exigen que los visitantes extranjeros que deseen trasladarse por carretera hasta el Hadramaut lo hagan con una agencia autorizada y el correspondiente permiso de viaje. Una pequeña molestia, ampliamente recompensada al llegar a destino.

Torres de adobe de hasta nueve pisos y más de 500 años pueblan el paisaje de la ciudad de Shibam, Yemen.
Torres de adobe de hasta nueve pisos y más de 500 años pueblan el paisaje de la ciudad de Shibam, Yemen.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).
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