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Reportaje:

Las duras mareas del bacalao

Los biólogos que trabajaron en Terranova muestran sus recuerdos

En la década de los 80, los biólogos comenzaron a ser una presencia habitual en los bacaladeros gallegos que faenaban en Terranova. Los expertos enviados por el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo se embarcaron con marineros de toda Galicia, especialmente del Barbanza y Morrazo. Estos hombres fueron testigos directos de la epopeya humana que se gestó en aquellas aguas gélidas a las que se llegaba tras mes y medio de navegación. Unos y otros, lobos de mar y los nuevos tripulantes, tardaban medio año en regresar a sus casas. Algunos de aquellos biólogos (Xavier Queipo, Anxo Fernández-Arroyo, Enrique Álvarez, Euloxio Vázquez y Lorenzo Suárez) hicieron miles de fotografías en las que retratan el oficio y las artes de pesca, el paisaje polar y las condiciones de vida a bordo. Ese testimonio gráfico, junto con sus diarios personales, constituyen unha exposición que pasará el verano en el Museo do Mar de Galicia, en Vigo.

"No había épica ni romanticismo. Y muy poco que contar a la vuelta"
En 30 años de casado, Carballo sólo estuvo en casa cuatro y medio

Tenían que soportar temperaturas extremas a diario, el espacio en las embarcaciones resultaba escaso para acomodar a 25 personas y las cartas llegaban cada tres meses. Para muchos de los recién llegados era su primera navegación. "Dudábamos de nuestro propio aguante", relata Fernández-Arroyo, "era un mundo absolutamente desconocido para el que no estábamos preparados, pero, en mi caso, el balance es positivo y no olvidaré nunca aquella aventura". Tampoco las tenían todas consigo los marineros. Quien fue durante 14 años jefe de máquinas del Arosa XIV, el cangués Antonio Carballo, recuerda que, al principio, recibían a los biólogos con hostilidad y desconfianza: "Los veíamos como unos intrusos que no venían a echar una mano. Después nos hicimos grandes amigos y con alguno de ellos la relación aún continúa".

"Enseguida entendieron que estábamos allí para defender los intereses de la flota española, ya que nuestra misión era presentar los datos obtenidos a fin de tener una base fiable sobre la que se decidiría la asignación de las cotas de pesca a los países miembros", explica Álvarez, quien recuerda cómo se tensaba el ambiente cuando no había pesca y cómo se distendía cuando todos estaban en faena.

Los 370 documentos gráficos seleccionados se exhiben en cinco módulos, organizados en torno al camarote del observador, el puente de mando, el parque de pesca, el comedor y las dependencias de los marineros. Simulan, según el director del museo, Pablo Carrera, quien también participó en expediciones parecidas en calidad de científico, el ciclo diario "porque la vida a bordo es muy monótona". En cada espacio, las fotografías se proyectan en bucle y, además, de pantallas, hay textos y objetos que ayudan a comprender cada aspecto retratado: los temporales, los viajes a Canadá para cargar combustible, el avistamiento de ballenas, delfines y aves marinas o las faenas de reparar redes, largar el aparejo, procesar y salar el pescado. La observación alcanza la relación personal que se forja en una dura convivencia, de modo que también comparecen las sobremesas, el ocio, los tabúes, los caracteres de cada uno.

"El pescado es el instrumento, los protagonistas son los marineros", asegura Carrera, "excepto los familiares, pocos fuimos conscientes de sus condiciones de vida y de trabajo. No había romanticismo ni épica y mucho menos algo que contar en casa. Únicamente la hoja de bacalao colgada en la cocina nos hablaba de un pez, cuya forma incluso desconocíamos". Ahora "repescan" sus recuerdos, como hacen los marineros de Terranova con la celebración de una comida, una vez al año. Carballo lleva tres años organizando un encuentro al que el pasado abril acudieron unos 40 colegas de toda Galicia con sus mujeres. Si echa la cuenta, en 30 años de casado, el jefe de máquinas del Arosa XIV sólo estuvo en casa cuatro y medio.

El caladero descubierto en el siglo XVI que tantas veces han evocado el cine y la literatura se extinguió por la sobrepesca. Cuando los bacaladeros se reconvirtieron al fletán, Canadá lanzó la moratoria de las 200 millas. El apresamiento del buque Estai en 1995 fue el fin para los barcos gallegos. Carballo recuerda aquel día: "Las patrulleras canadienses iban como bólidos a por él, pero pudimos ser nosotros. Cuando nos enteramos por radio, pusimos motores hacia Noruega y ya nunca más volvimos".

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