La distancia
Ver toros en Las Ventas, sobre todo a los que pisamos sus tendidos hoy y hemos puesto los pies en su ruedo ayer, es, en algunas ocasiones, sentir un fuerte dolor en la planta de los pies. La gran diferencia entre la Maestranza sevillana y la Monumental madrileña radica, creo yo, en la blandura inspiradora del ruedo maestrante y la dureza cruel de la arena blanca de la Monumental. Todas las emociones, decepciones, irritaciones, éxtasis artísticos o sensaciones de arte o crueldad emanan de los ruedos. ¿Hasta dónde llega este contagio de aspereza arenera madrileña o acariciador sentimiento del albero sevillano? Sube a los tendidos saltando la barrera como un ágil banderillero, y como un duende lorquiano se mete en el cuerpo y en el alma de cuantos asisten al sagrado ritual de la corrida. Las, a veces, irreconciliables y violentas manifestaciones que se producen en la Monumental, en opuesto comportamiento de los solemnes silencios de la Maestranza sevillana, nacen del temple del piso de sus ruedos.
Hay en la historia del infierno o la gloria de las corridas de toros faenas inolvidables de toreros que se han quitado las zapatillas delante de los hocicos de los toros para sentirse dioses que se hunden descalzos en un gran pozo de fango sublimado por el roce con la muerte. Y hablo de la muerte en casi igual proporción para el hombre que para el animal. Y ya en el marco de esta reflexión, no existe diferencia entre la dureza o la blandura de las arenas de los ruedos.
Caben todos estos pensamientos en la grandeza discutida y en los insondables misterios de las corridas de toros. Es demasiado terrenal estar a favor o en contra de las corridas, como está ocurriendo en la actualidad. La historia de las corridas, que es parte de la historia de España en su diversidad cultural, en sus costumbres, en sus hechos heroicos y en sus crueldades, está más allá de una ramplona decisión por la desaparición o permanencia de las corridas. Y ante este misterioso fenómeno de la aspereza o de la dulzura de los ruedos de Madrid o Sevilla, y su poder transmisible a toros, toreros y a cuantos invaden sus tendidos, hay que declararse impotente para hablar razonablemente de toros...
Salvador Távora es dramaturgo.
Babelia
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