"Estoy feliz: por primera vez me va a oír un juez"
En Madrid no es fácil encontrar carne de yak -que en el Tíbet ayuda a luchar contra el frío de esa meseta contigua al Himalaya, situada a 4.500 metros de altitud-, pero en los alrededores de la plaza de toros de Las Ventas, en plena Feria de San Isidro, deberían servir un sucedáneo: el rabo de toro. Hoy domingo, sin embargo, no está en el menú, por lo que Palden Gyatso y su traductor Bhadro, monjes budistas que sufrieron en sus carnes la represión china por sus protestas contra la ocupación de su país en 1959, se deciden por el cordero asado.
El monje declarará hoy ante la Audiencia Nacional sobre el genocidio en Tíbet
Detrás de una enorme paletilla que escudriña durante largo tiempo antes de hincarle el tenedor, el diminuto y sonriente Gyatso se muestra feliz por poder relatar por primera vez en su vida a un juez el cúmulo de tormentos y dolores que se llevó 33 de sus 77 años. Hoy a las 9.30 está citado en el Juzgado Central de Instrucción número 2 de la Audiencia Nacional, que dirige Ismael Moreno, donde declarará junto a Bhadro y una tercera víctima, Janpel Monlam, en un proceso que el monje considera "histórico". "Nadie se atreve con China debido a su enorme poder económico".
En 2006, ese tribunal ordenó a Moreno investigar al ex presidente chino Jiang Zemin y al ex primer ministro Li Peng, entre otros cargos del Partido Comunista, el Gobierno y la policía de ese país, por su presunta participación en el genocidio contra el pueblo tibetano. El juez, inicialmente, no admitió la querella presentada por el Comité de Apoyo al Tíbet y la Fundación Casa del Tíbet, pero le obligaron a reabrir el caso. Dos años después, ese hombre delgado, envuelto en su tradicional túnica roja, cree encontrarse ante la oportunidad de que se haga justicia. "Es la primera vez que puedo contar a un juez cómo fui torturado", dice mientras marea la guarnición de pimientos asados sin atreverse a probarla.
Hoy, Ismael Moreno podrá escuchar de Gyatso cómo fue detenido en 1959 por protestar junto a un grupo de religiosos durante una revuelta contra la ocupación china, aunque lo hará en la solemnidad de su despacho y no en la mesa de un restaurante. Cómo, durante años, fue testigo de la muerte de varios de sus compañeros de monasterio debido a los trabajos forzados y a las durísimas condiciones de reclusión a las que fueron sometidos. Cómo, tras un intento de fuga en 1962, varios de los presos políticos encerrados con él fueron forzados a firmar falsas autoinculpaciones por "actividades antirrevolucionarias" que los condujeron al patíbulo. Cómo, tras encontrar la policía una carta al Dalai Lama en su habitación, fue de nuevo arrestado en 1983 y torturado con una porra eléctrica o por el método de esposarlo por sus pulgares a la espalda, permaneciendo así durante varios días.
Cuando el hueso de su paletilla está casi pelado, el monje da por terminada la comida. Apura de un sorbo su zumo de naranja recién exprimido y enfila la salida sin esperar al resto de comensales. Al pasar por la barra abarrotada, todos se giran para mirarlo. Un niño tira de las faldas de su madre para reclamar su atención y grita indiscreto: "¡Mira, mamá, ha venido el Dalai Lama!". Y Gyatso sonríe.
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