El ciclón ahoga a la Junta birmana
La tragedia sufrida por el sur del país despierta la esperanza de que precipite el fin de la dictadura militar
Myanmar, la antigua Birmania, parece en muchos aspectos un país sacado de un cuento de hadas. La belleza lo inunda todo. El paisaje no puede ser más verde ni la gente más pacífica. En medio de los bosques a cada rato brota el espectáculo de una pagoda dorada, o un Buda gigante y alguna persona rezándole. Los jóvenes llevan a sus madres, a sus hermanas o esposas en bicicletas de tres ruedas y asiento lateral. Y ellas se dejan llevar protegidas del sol con un paraguas o con una crema blanca que les cubre las mejillas.
"El Gobierno sólo nos ha dado un cuenco de arroz al día", dice una víctima
"Nuestro presidente aún no se ha dignado a venir", se queja un afectado
Hay monjes, como los que se rebelaron el pasado septiembre contra el régimen de la Junta Militar, de 8, de 20 o de 80 años por cualquier parte, con sus túnicas anaranjadas de espaldas descubiertas y sus zurrones al hombro.
Hay, en fin, buenos y malos a la vieja usanza. Los buenos son la mayoría de los 53 millones de habitantes en un país donde el salario medio es inferior a los cien dólares, justo lo que cuesta pasar la noche en el mejor hotel de Yangon, donde se alojan la mayoría de los cooperantes internacionales y periodistas que han venido a cubrir el ciclón.
Y los malos son los que viven en unas casas impresionantes de estilo colonial británico en Yangon. Muchos de ellos son exportadores de madera de teca que llevan años expoliando los bosques del país, militares de alta graduación o, simplemente, traficantes de heroína. Myanmar es el segundo productor de opio en el mundo después de Afganistán.
Como en los cuentos de buenos y malvados, sucedió que el 3 de mayo un ciclón mató a decenas de miles de personas (la Junta Militar habla de 77.000 y algunas ONG de más de 100.000) y entonces la dictadura superó su historial de atrocidades y restringió la ayuda procedente del extranjero. Y prohibió también el acceso de los reporteros a las zonas afectadas. "Los cooperantes extranjeros de la Cruz Roja", comenta la española Cristina Castillo, "no podemos salir de Yangon. Lo tenemos prohibido. Mandamos la ayuda a través de nuestra gente del país".
En Yangon, nombre que significa "no más enemigos" y que sustituyó al británico Rangún, los militares se han empleado a fondo en las últimas dos semanas para limpiar la ciudad de árboles caídos. Y no dan abasto. "Antes del ciclón esto era una ciudad verdísima", comentan los vecinos. Ahora, el marrón del barro, los troncos partidos y las raíces han tapado el verde.
Pero los estragos del ciclón sólo se aprecian verdaderamente cuando el coche decide adentrarse en las zonas prohibidas, en el municipio de Thanlyn, a unos cincuenta kilómetros de Yangon. Apenas quedan edificios intactos. Los árboles con troncos de más de un metro de diámetro yacen arrancados de cuajo, con las raíces al aire, como rábanos gigantes. Se ven decenas de familias acarreando cañas de bambú para reparar o construirse nuevas casas.
Una de esas familias se queja sin reparos: "El Gobierno sólo nos ha dado un cuenco de arroz por persona y día durante dos semanas. Ésa ha sido toda la ayuda".
Más adelante hay un campo de refugiados instalado por la Cruz Roja con unas cuarenta tiendas. Prohibido acercarse. En este país casi nadie recuerda que fue precisamente la gestión corrupta ante un terremoto lo que desencadenó el final de la dictadura de Anastasio Somoza en la Nicaragua de 1972. Pero los birmanos consultados en la zona mantienen la esperanza de que el ciclón sirva para precipitar el final de los militares. No hay electricidad en los pueblos afectados, apenas se ve en algún sitio algún televisor. Pero todos saben que China ha sufrido un terremoto.
En el municipio de Kyautan, a 50 kilómetros de Yangon, otro vecino comenta: "Nuestro presidente [el general Than Shwe] salía todos los días en televisión. Va a inauguraciones de fábricas, mítines, ceremonias... Pero ahora con el ciclón no se le ha visto en ningún lado. Podía haber hecho como su amigo el de China. Al menos, el primer ministro chino ha cumplido con su primera obligación, que es visitar el lugar de la tragedia, pero nuestro presidente aún no se ha dignado venir aquí".
Por no faltar, en el cuento de Myanmar no falta ni la princesa durmiente, secuestrada por un malvado que bien podría ser el propio general Than Shwe, presidente del país. Los militares llegaron al poder en 1962. Y después, en 1988, llegaron otros militares que prometieron quedarse sólo el tiempo suficiente para restablecer la democracia.
Y en ésas estamos. La bella durmiente podría ser la democracia, o bien la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, quien ha pasado 12 de los últimos 18 años aislada y arrestada en su domicilio en diferentes periodos. En 1990 ganó unas elecciones generales con el 80% de los votos. Pero los militares no reconocieron su victoria. La última vez que la soltaron escribió unas Cartas desde Birmania, editadas también en España, donde habla con extrema delicadeza de poesía, viejas canciones, de los colores de su tierra, y habla también de la mordaza que los militares han impuesto en el país.
"Quienes visitan Birmania rara vez conocen las dificultades que conlleva la vida diaria en nuestro país. En apariencia, todo va sobre ruedas, y sólo quienes han vivido en Estados regidos por ineficientes dictaduras son capaces de ver lo que sucede en realidad", escribió la bella Suu Kyi antes de que la volvieran a encarcelar.
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