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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rajoy, San Gil, Mayor

Los embates contra el líder del PP son cada día más fuertes; y el peligro de implosión es real

En el PP reina la confusión. La presidenta del partido en el País Vasco, María San Gil, estuvo ausente ayer de la presentación de la ponencia política para el XVI congreso de su partido -en cuya redacción había participado con otros dos comisionados- tras haberse negado a suscribirla, pese a que su contenido recoge, según se deduce tanto del texto como de las manifestaciones de los otros ponentes, lo sustancial de sus aportaciones, en particular sobre la línea a seguir en relación a los nacionalismos catalán y vasco.

Hay ponencia de María San Gil, pero sin ella, y es lógico que esa situación haya provocado desconcierto, porque, además, el desafío a Rajoy no ha ido acompañado inicialmente de explicaciones. Desde que Aguirre lanzó su reto, nada más cerrarse las urnas, ha habido más gestos que argumentos. Una explicación sería que unos dirigentes entrenados en la búsqueda de enemigos irreconciliables han trasladado ese sectarismo al interior del partido.

Ese reflejo toca el nervio del debate pendiente. Cualquier observador consideraría llegada la hora de que el PP debatiera las causas de haber pasado de la mayoría absoluta a la oposición, y de haber sido incapaz luego de salir de ella; la hora, sobre todo, de analizar las causas de que la posibilidad de volver a gobernar parezca remota. Por una parte, la mayoría absoluta será imposible con unos resultados tan escuálidos en el País Vasco y Cataluña y, por otra, sin posibilidad de pacto con los nacionalistas.

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No se trata de renunciar a hacer oposición en Cataluña y Euskadi, sino de decidir qué oposición se tiene que hacer para recuperar fuerza electoral. La oposición desplegada desde 2004 frente a los nacionalismos ha sido poco creíble. Esa idea de que, de Estella a Perpiñán y de Pamplona a Loiola, todo lo que ocurría correspondía a un designio de destrucción de España encabezado por ETA, ha servido para llenar Madrid de manifestantes fervorosos y para convencer a los terroristas de su gran poder, pero poco para reducir la influencia de los nacionalistas.

Mayor Oreja salió ayer de detrás de la cortina para identificarse como inspirador de ese tremendismo: el PP debe elegir entre rendirse o resistir, entre admitir la segunda transición y el cambio de régimen o el constitucionalismo. Pero es evidente que ni CiU es igual que el PNV, ni el PNV es lo mismo que Batasuna. Si el PSE ganase las elecciones vascas convocadas por Ibarretxe, ¿autorizaría la ponencia de San Gil al PP vasco a dar a Patxi López los votos que completasen su mayoría?

El debate que no se pudo hacer en 2004 por el clima de cierre de filas que siguió al 11-M no puede aplazarse otra vez, ahora con el argumento de que si alguien tan admirable como María San Gil está en desacuerdo con la línea que propugna Rajoy, por algo será. Pero a Mayor Oreja parecen preocuparle poco las causas de las derrotas. Más bien quiere utilizar su eficaz tremendismo y a una María San Gil previamente santificada para derribar a Rajoy.

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