Guipúzcoa, fragmentos de provincia
Guipúzcoa ha sido históricamente territorio fronterizo, en el límite con Navarra, también con Francia, y eso origina, cuando menos, un una identidad contradictoria, cuando no fragmentaria, como de finisterre. Existe el guipuzcoano que ve su identidad, sea cual sea, en peligro y a punto del colapso o desaparición, y exagera sus rasgos, como el niño que tiene miedo se disfraza de monstruo. Y existe el guipuzcoano que, por la misma razón que el anterior, se asimila con alguno de sus vecinos, intentando pasar inadvertido. Ni uno ni otro consiguen su propósito, porque el territorio es pequeño y muy diverso, a desmano de las grandes rutas, excepto la del mar Cantábrico, huidero o sumidero, según.
No existe un centro que organice y domine el panorama político
Para analizar y situar, mejor si cabe, las desavenencias actuales conviene remontarse a tiempos pretéritos. Fue durante siglos campo de batalla entre banderizos, donde oñacinos y gamboínos resolvían a sangre y fuego, como era costumbre, sus desavenencias. La situación fue tan grave que tuvo que intervenir el Rey de Castilla, para pacificar algo el país. Se crearon villas y se levantaron murallas. Y los representantes del campo comenzaron a enfrentarse a los de las villas, y los de éstas entre sí, hasta el punto que los órganos máximos de la provincia alternaban su sede entre varias: San Sebastián, Tolosa, Azpeitia y Azkoitia. Hoy la capital nominal es San Sebastián, pero en las villas que fueron capitalinas queda el sabor amargo de la melancolía, el sentimiento de haber sido un día importantes. La gloria se aferra a la memoria como la hiedra al árbol.
Una de las características de la provincia es que no existe un centro que organice y domine el panorama político. Es como si bajo la misma autoridad actuasen otras en direcciones contrarias. La existencia de varios poderes, Diputación, Juntas Generales, ayuntamientos, instancias del Gobierno Vasco y del de España, complica de tal forma la realidad que la misma aparece parcelada, empequeñecida y dividida. Sólo la Real Sociedad une, imaginaria y sentimentalmente, a la mayor parte de los guipuzcoanos; eso que está en Segunda. Lo cual no quiere decir que sea ingobernable. Cuesta lo suyo.
A la fragmentación política se le une la diversidad geográfica. Cada comarca es distinta a las demás, y ella sola se erige en un ente autónomo. Se cruza un río, y parece que se cruzase el mundo.
En la provincia se practica el juego del escondite, donde se solapan y se superponen antiguos rencores y viejas inquinas. Los grandes proyectos se posponen; el aeropuerto, el puerto exterior, la incineradora... Aquí la teoría de la relatividad es ley. Lo que conviene a una comarca es perjudicial para otra, y no prevalece el interés común, sino el particular. Todo depende, no se sabe de qué.
No es que el guipuzcoano, amante de la fiesta y del disfraz, en la Tamborrada o en el Carnaval, se recree en la discusión. Al contrario, lo que le gusta es tener razón. Y la tiene, siempre y en cualquier lugar. Sólo que esa razón no coincide con la del vecino. El error no está en casa propia, siempre habita en otra parte. Como el olvido, por cierto.
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