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Crónica:PRIMER AVISO | La lidia | 1ª de la feria de San Isidro
Crónica
Texto informativo con interpretación

¡Toro, toro, toro!

Aquel hombre defendía dos verdades, una la de la fe, y otra la de la razón. "Son dos órdenes distintos: uno corresponde al natural, y otro al del más allá, a la esfera celeste", decía. Aquel hombre, Sigerio, se dejaba mecer por el vaivén de sus propios pensamientos. Yo también, como Sigerio, me dejo llevar. Acudo a los toros, disfruto, me enfado, protesto, juro no volver. Pero vuelvo. Desde hace unos años las cosas se me están complicando. Cada vez recibo más críticas por mi rancia y bárbara afición. No alego nada en mi defensa. Y, claro, otros amigos, estos sí aficionados taurinos, alarmados por mi poca fe, se apresuran a fortalecerme con un zodiaco de razones. Y ahí ya no, si me razonan la justificación de la fiesta, ya no me lo creo.

Seguiré pecando sin arrepentirme, pero no me creeré que el toro de lidia existe gracias a que lo inmolan con arte. Es algo como si San Jorge librara a la doncella del dragón para violarla él mismo. Hace un tiempo, en defensa de la estética de la fiesta, leí en la reseña de un conocidísimo escritor taurino que: "...el público, tras pedir y ser concedidos las dos orejas y el rabo del astado, pidió que también se le cortara una pata como trofeo. El buen gusto del presidente impidió la repugnante mutilación". Vaya, menos mal, olé por la gente sensible.

En realidad, siempre he pensado que la disputa entre partidarios y contrarios a la fiesta no consiste en su moralidad o inmoralidad, sino en dónde están los límites de la estética. Los libros de Sigerio de Brabante, filósofo del bajo medioevo, defensor de la posibilidad de dos verdades contrarias, las de la razón y las de la fe, las de esta vida y las de más allá, fueron quemados en público, y él mismo se libró por muy poco de la hoguera. Pero de todas maneras padeció una muerte violenta, fue apuntillado en la plaza pública por su propio secretario, presa de un ataque de locura.

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