Los tres diestros se estrellaron con un ganado tambaleante
El cielo amenazaba lluvia y los toros con caerse. Lo primero, milagrosamente, no ocurrió. Lo segundo, sí. La última amenaza de la tarde , la de los "jipis antitaurinos ésos", como les llaman en los tendidos de sol, tampoco hizo acto de presencia. En el callejón se había establecido un cordón policial. Todos tranquilos. Se comentaba al final de la tarde que los toreros habían venido a "estrellarse" con el ganado.
A pesar de no haber triunfos, ninguno de ellos salió del todo insatisfecho de su actuación. Por ellos no ha quedado. "He venido con muchas ganas a Madrid. Creo que lo ha visto todo el mundo. Estoy desilusionado por el comportamiento de la corrida, pero no por mi actuación". Quien hablaba así es Antón Cortés, a quien le había tocado abrir el melón de la feria y de las decepciones. Se llevó un importante susto en la lidia de su segundo toro y pasó por ello a la enfermería. Presentó una contusión en la fosa iliaca de pronóstico leve que, finalmente, no le impidió continuar la lidia.
El salmantino Gallo no pudo variar mucho el discurso de su predecesor: "Lo he intentado toda la tarde, pero se ha parado la corrida. He intentado hacer quites y he estado a todas, pero no ha habido manera". Santiago Ámbel Posada parece la viva imagen de su abuelo, Juan Posada, aquel excelente matador de toros reconvertido hace tiempo en crítico taurino. Es indudable su buen corte de torero. "Lo que me llevo para casa", comentó, "aunque no haya triunfado, son siete u ocho pases buenos al último. Lo que importa es que la gente diga que este chaval parece que puede".
Pero quien abrió figuradamente la feria fue Luis Miguel Dominguín, para quedarse en la plaza de Las Ventas en forma de un estatua, presentada ayer por la Comunidad de Madrid en un acto en el Museo Taurino.
Babelia
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