La civilidad del Clot de la Mel
Hay retazos de ciudad que pese a las agresiones conservan intacta su antigua civilidad. Uno de ellos es el Clot de la Mel, la parte de ese barrio hoy integrado en Sant Martí contenida entre la Gran Via y la Meridiana. Bajando por la calle de la Sèquia Comtal, se entra sin transición en el ámbito del viejo barrio, con pequeños comercios en los bajos, especialmente corseterías, mira por dónde. Se trata de una agradable zona peatonal que desemboca en dos plazas contiguas, la de Font i Sagué y la del Mercat, con sombreadas terrazas donde las conversaciones son audibles sin levantar la voz, lo cual te hace olvidar el asedio automovilístico del espacio exterior.
Prosiguiendo en dirección al mar, uno se topa con una obra emblemática del primer urbanismo democrático, el parque del Clot, de Dani Freixas y Vicente Miranda, en lo que fueron los talleres de la Renfe. La línea ferroviaria en dirección a Francia (1854) y 1uego hacia Zaragoza (1861) constituyó un elemento de prosperidad para la zona, pero también de segregación hasta el feliz soterramiento de las vías. El parque, inaugurado en 1986 según un cartel, es un ejemplo de lo que Oriol Bohigas definió en su día como "la sorgidora", habilitación de antiguos espacios industriales para nuevos usos ciudadanos. Hay ahí un buen ejercicio de memoria, pues se conservan tramos de arcos del antiguo muro de cinta, hoy recubiertos por la hiedra, así como la chimenea de adoquines, junto a las canchas de baloncesto y las zonas de juegos infantiles. Necesitaría todo ello un buen remozado y mayor esmero en la limpieza, eso sí.
Cruzado el parque, se llega a la plaza de Valentí Almirall, de una racionalidad en la organización del espacio público que parece importada de Francia. En un lado está la sede del distrito en un edificio de mitad del siglo XIX, culminado por una bonita torre del reloj, y justo enfrente, el conjunto de la escuela pública Casas, con dos de sus construcciones catalogadas como patrimonio histórico. A la plaza se asoma un sólido casón del siglo XVIII, cuyos orígenes se remontan a la Edad Media, cuando los caballeros de San Juan de Malta alzaron una torre en la finca conocida como Clotum Melis -por la presencia de panales de abejas- que sirvió de hospedería de peregrinos. Se conservan todavía restos del paso de la orden (escudos nobiliarios, la cruz de ocho puntas). La desamortización propició el cambio de propiedad a manos menestrales -la familia Casas, precisamente- y el edificio perdió progresivamente su aspecto de fortaleza militar para convertirse en morada civil. En el lado de la Gran Via se sitúa el otro edificio catalogado, construido en la década de 1930 por Josep Goday, discípulo de Puig i Cadafalch. Los esgrafiados novecentistas de la fachada recuerdan a grandes sabios del pasado: Ramon Llull, Lluís Vives, Erasmo, entre otros.
Justo delante de la entrada de la escuela, en la calle de Sant Joan de Malta, está ubicado El Celler de la Paqui, cuyos berberechos, mejillones, almejas y navajas están de muerte. La Paqui llegó de un pueblecito de Córdoba próximo a Baena a los 19 años. Se casó y se estableció en un piso de la misma finca. En 1987 abrió la bodega, donde antes había habido otra conocida como Can Siset. Tiene dos hijos. Los dos han estudiado en la escuela Casas, luego en institutos. El mayor, físico e ingeniero de Materiales, se doctoró hace dos años en la Universidad de Potsdam con una tesis cuyo título no me resisto a transcribir, aunque sí a traducir: Element-selective of charge localization processes in manganite thin films (la Paqui conserva una copia tras la barra). Actualmente trabaja en el sincrotrón de Berlín. El pequeño está acabando en Igualada la especialidad de Medicina. Justo detrás del bar de la Paqui se encuentra la calle de la Democràcia.
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