El templo de Blancanieves
El novelista es el héroe en El juego del ángel, de Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964). El héroe es David Martín, nacido en 1900, fabulador por entregas, autor de Los misterios de Barcelona, donde la criminal envenena a sus víctimas con los labios pintados, como Asia Argento en la película La reina Margot. Adoptó un seudónimo imponente, Ignatius B. Sansom, para el serial La ciudad de los malditos. Triunfa, y entonces su autobiografía se convierte en condena de los envidiosos que consideran el éxito prueba de incapacidad o inmoralidad. Martín, narrador de El juego del ángel, teme que recuperar el afecto de los viejos conocidos le exija escribir algo aburridísimo, intragable desde la primera página. Tiene como ayudante y aprendiza a una "adolescente díscola y de carácter volátil", a la que, sin llegar a enseñarle a escribir, casará para que sea madre del protagonista de La sombra del viento.
El juego del ángel
Carlos Ruiz Zafón
Planeta. Barcelona, 2008
668 páginas. 24,50 euros
La religión es esencial en el decorado de 'El juego del ángel', como en 'La sombra del viento' lo fue el clima del franquismo
Zafón es un devoto de la literatura y ha erigido un museo de lugares literarios, semejante a una Disneylandia de réplicas
Martín es rico en imaginación y presa de dos editores avaros que merecerían morir quemados vivos. Pero recibe la visita de un tercer editor, de "sonrisa lobuna que hiela la sangre", dispuesto a pagarle una fortuna en francos franceses por dedicar un año a inventar una religión. Ésta es la primera de las situaciones arquetípicas que sustentan El juego del ángel: la venta del alma. Las otras son el amor del héroe por la mujer de su mejor amigo y protector, y la investigación de un suceso archivado: el caso del abogado Diego Marlasca, que en 1904, año de su supuesto suicidio, habitaba la casa donde vive David Martín hacia 1929. Marlasca había firmado un contrato semejante al que David deberá cumplir después de su encuentro con el caballero de dientes de lobo.
No creo que Carlos Ruiz Zafón tenga un método de trabajo muy distinto del que confiesa su héroe, que, antes de ponerse a escribir, cierra los ojos y conjura una imagen: "Un manto de nubes negras derramándose sobre la ciudad en la lluvia, un hombre que caminaba buscando las sombras con sangre en las manos y un secreto en la mirada". Los tebeos y el cine se funden con los clichés literarios. El novelista es una especie de Fausto. Sufre tentaciones en un teleférico, como Jesús en lo alto de un monte o como el protagonista en la noria de El tercer hombre. El demonio embaucador se llama Andreas Corelli, pariente quizá de la primera gran vendedora de libros en Inglaterra, Marie Corelli (Las penas de Satanás fue su éxito de 1895). Una corista vuelve a vomitar la mortal bocanada negra de Madame Bovary. Como en una novela policiaca, ahora no sé si de Mickey Spillane, la bala no alcanza el corazón del héroe porque la frena un libro intraspasable, el Ulises de Joyce o, aquí, la última novela de David Martín.
Habrá quien, ante la mezcla de misticismo y crimen, piense en La maldición de los Dain, o en decenas de novelas de misterio con espiritismo y mujeres en manicomios, pero la heroína de El juego del ángel merece un destino más fabuloso: el de la Bella Durmiente y Blancanieves. No cae en la catalepsia por pincharse con un huso o un peine emponzoñado, sino por leer un libro maldito, y dormirá en un ataúd de hielo, como Blancanieves en uno de cristal. Carlos Ruiz Zafón es un devoto de la literatura y ha erigido un museo de lugares literarios, semejante a la Disneylandia de réplicas de edificios monumentales, o al Pueblo Español de Barcelona, que, cuando la Exposición Universal de 1929, duplicó fabulosamente calles y casas en una síntesis de la arquitectura vernácula. No es que la literatura sea una especie de religión, sino que la religión es un género literario más, relacionado con lo fantástico. La religión es esencial en el decorado de El juego del ángel, como en La sombra del viento lo fue el clima sucio del franquismo.
Porque al novelista de El juego del ángel se le paga para que cree una religión, "la historia más grande que nunca haya imaginado". Y, a la manera en que montaban disquisiciones filosóficas en sus relatos los novelistas de la generación del 98, Carlos Ruiz Zafón dramatiza en largas conversaciones las ideas teológicas del novelista y el editor, bastante razonables, a pesar de venir de un genuino funcionario celestial. Una religión es un tipo de artefacto literario. El contenido es siempre el mismo, como en los cuentos, una secuencia de hechos y personajes, y del autor depende que el público tenga fe y acepte como verdad lo que se le narra. A David Martín le piden una historia por la que vivan y mueran los hombres, y maten, y entreguen el alma, y el novelista acepta el encargo de inventar "una historia tan poderosa que trascienda la ficción y se convierta en verdad revelada". La literatura es algo muy serio. El niño David se deja martirizar por su padre antes de entregarle el libro, Grandes esperanzas, por el que ha quedado encendida la luz del dormitorio.
A Carlos Ruiz Zafón le gustan las frases ritualmente literarias. Si su héroe entra en la casa que acaba de alquilar, lo hace como una legión de "exploradores británicos adentrándose en las tinieblas de un milenario sepulcro egipcio". El atardecer cubre el cielo "como un sudario rojo". Barcelona es "un perpetuo y negro crepúsculo de humo de fábricas". La literatura tiene su liturgia, sus encantamientos, y los ritos, como supo un poeta inglés, son el lazo atemporal que une a muertos y nonatos. Martín será inmortal porque escribe como un santo evangelista y dispara con tino y aplasta tráqueas. "Hundí el puño en su boca, partiéndole los labios y arrancándole varios dientes", dice el superhéroe, escribiendo como si escribiera hoy, lo que explica que en los años veinte un Rolls-Royce sea ya una pieza de coleccionista, y haya un Mercedes-Benz viejísimo en el garaje de una casa que se hundió en 1904, y un periodista de 1917 hable de meritocracia y medios de comunicación de masas, y existan ya becarios de los que abusar en la redacción de los periódicos. Lo que leemos es absolutamente actual, música de sampling y mezclas, cine y literatura y videojuegos, nostalgia y devoción: recordatorio de que hasta las más sagradas invenciones son literatura fantástica. -
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