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Sarkozy intenta recuperar en la televisión el aprecio de los franceses

El presidente reconoce errores y asegura que seguirá con las reformas

A punto de cumplir un año en el cargo, y con una popularidad tan a la baja que supera a la de todos sus antecesores en el Elíseo, el presidente francés Nicolas Sarkozy se sometió ayer a las preguntas de cinco periodistas en una hora y media de prime time televisivo. Reconoció sus errores pero insistió en que seguirá adelante con las reformas que prometió durante la campaña electoral. "Percibo muy bien el descontento, pero sé muy bien a donde voy y también sé que la cita es al final del lustro", dijo. "Mi trabajo", añadió, "consiste en hacer todo lo que debía haberse hecho antes y no se hizo".

La entrevista tiene especial relevancia para Sarkozy tras el resultado demoledor del último sondeo publicado ayer por Paris-Match: el 72% de los franceses está descontento con su gestión. "En Francia hay siempre alguien que no está contento, y siempre alguna razón para estar en desacuerdo", ironizó. Pero justificó el escaso impacto que, por el momento, está teniendo su mandato en la vida cotidiana de los franceses y, más concretamente, en el pobre aumento del poder adquisitivo. "En un contexto internacional difícil aun hay más razones para acelerar las reformas", explicó, "en el mundo actual nada está garantizado, los países inteligentes, aquellos que trabajan y saben aprovechar las oportunidades, salen adelante".

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Sobre el impacto de los problemas de su vida privada, su divorcio y su matrimonio, en la acción política, fue conciso y breve: "Sin duda tengo parte de responsabilidad, me he expuesto, pero esta tarde quiero hablar de Francia y de los problemas de Francia".

Pocos anuncios. Mucha pedagogía sobre el trabajo hecho por más que aun no haya dado frutos. Entre los anuncios de fondo, el de una ley destinada a impulsar la competencia para combatir la subida de los precios al consumo (IPC), que en Francia ha sido especialmente fuerte en estos últimos meses. "Es necesaria una verdadera competencia al servicio del consumidor", dijo, y anunció la reforma de las leyes reguladoras que han acabado por favorecer las pulsiones cartelistas entre la gran distribución.

El otro anuncio legislativo fue el del proyecto de ley que presentará el Gobierno en dos semanas sobre la participación de los trabajadores en los beneficios de las empresas, de modo que se establezcan beneficios fiscales, concretamente en el impuesto de sociedades, para las empresas que adopten este principio.

El déficit tardará más en desaparecer. No será absorbido en 2010, como prometió durante la campaña electoral, sino al final de su mandato, en 2012. Es con este objetivo que el Gobierno reducirá el gasto público al no sustituir a uno de cada dos funcionarios que se jubilen. "Se me pide que reduzca en ocho meses un déficit que empezó a crecer en 1974", ironizó.

Los grandes males que sufre la economía francesa surgen de la semana laboral de 35 horas implantada por el último Gobierno socialista. "Fueron una catástrofe económica y social", dijo, que costó al país 20.000 millones de euros. Desde entonces (2000), las empresas ya no negocian convenios colectivos porque, en realidad, para poder asumir la reducción del tiempo de trabajo redujeron los salarios que ya nunca se han recuperado.

Sobre la cuestión del decreciente poder adquisitivo de los franceses tuvo más problemas para maniobrar. "Desde que he sido elegido, el precio del barril de petróleo se ha doblado, se ha producido la crisis de las subprimes, el euro ha subido como la espuma y el dolar ha caído, y ahora suben también las materias primas", enumeró. Anunció, eso sí, una medida muy concreta para la disminución del desempleo: las personas que se benefician de un subsidio social podrán mantenerlo en el caso de que consigan un empleo, una medida cuyo coste cifró entre 1.000 y 1.500 millones de euros anuales.

Sobre la inmigración fue tajante. No habrá regularizaciones masivas. "No podemos explicarles a los franceses que la situación es tan horrible que nos vemos obligados a recurrir a trabajadores en situación irregular cuando hay un 22% de desempleo entre los extranjeros con papeles que hay en Francia", dijo. "La regularización global lleva a la catástrofe", aseguró, y añadió: "España e Italia lo han hecho y han decidido no hacerlo más, porque crea un 'efecto llamada' que aprovechan los traficantes". En este contexto proclamó: "Hemos acabado con la extrema derecha, debe haber un debate anual en el Parlamento para que Francia decida qué política de inmigración realiza".

Ya en el campo de la política internacional, Sarkozy hizo equilibrios sobre las tensiones que enfrentan a París y Pekín con el trasfondo de Tíbet. El presidente considera que hay que seguir presionando para que se reanuden las conversaciones entre el Dalai Lama y las autoridades chinas, y evitó pronunciarse sobre si asistirá o no a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos.

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, en la entrevista de televisión de anoche en el palacio del Elíseo.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, en la entrevista de televisión de anoche en el palacio del Elíseo.AP

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