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La Noche de los Libros
Columna
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Mi día del libro

Como ayer era 23 de abril y el día, en lugar de repartirse en mañana, tarde y noche como todos los demás, estaba cortado solamente en dos, una mitad para el Premio Cervantes y la otra para la Noche de los Libros, llamé a Juan Urbano y le pedí que me acompañara a la fiesta, primero a ver a Juan Gelman a Alcalá de Henares y después a hacer una ronda por Madrid, que a la hora de las ventanas apagadas y los lectores acostados se iba a llenar de libros encendidos y escritores de guardia. Aceptó antes de que acabara la frase, de modo que nos subimos al coche, enfilamos la A-2 y media hora más tarde estábamos entrando en la Universidad para ver a Gelman en el púlpito, rodeado de pan de oro, buscar las raíces de su poesía en santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y Lope de Vega, del que recordó unos versos en los que dice "siempre mañana y nunca mañanamos"; un verso que, de hecho, parece del propio Juan Gelman, siempre tan mago de las palabras "y tan dolor Paco Urondo, / tan hollín, tan almafuerte, / tan calcetín de Macondo, / tan Pushkin, tan mala suerte", como le dijo su amigo Joaquín Sabina en unas coplas que le había enviado el día antes al hotel.

Nos fijamos en que los políticos siempre sonríen pero nunca comen canapés
Especial: Día del Libro

Y allí estábamos Juan Urbano y yo igual que todos, endomingados como para ir a la primera comunión de un sobrino y, después de la ceremonia, tomando canapés y repartiendo besos a los otros invitados al cóctel, entre los que había de todo, desde los que se inclinaban tanto al saludar a los Reyes que pensamos que iba a hacer falta una polea para volver a ponerlos derechos, hasta los que pedían autógrafos a los famosos o daban la impresión de querer batir el récord Guinness de darle abrazos al presidente del Gobierno. Por cierto, que nos fijamos en que los políticos siempre sonríen pero nunca comen canapés, para que los fotógrafos del enemigo no los saquen en la portada de su periódico con cara de masticar empanadillas, lo cual, sin duda, no les conviene a su carrera.

En cualquier caso, lo que nos gustaba a Juan y a mí era estar allí codeándonos con la flor y nata de la intelectualidad, gente a la que no se le pasa una y que, entre copa y copa, analizaba agudamente la esencia del acto: uno hacía notar que durante los discursos ajenos el Rey había dado dos o tres cabezadas, de las que lo sacó Zapatero con unas palmaditas algo republicanas en el antebrazo; otro, afirmaba que la sonrisa de Esperanza Aguirre se había destensado cuando Gelman habló de Irak y Afganistán; un tercero se dedicaba a hacer el inventario de las ausencias y a interpretarlas. Y, por supuesto, la gran mayoría se acercaba a dar la enhorabuena al galardonado, que atendía, sí dulcemente, a todos.

De vuelta a Madrid, nos fuimos a comer con los mismos amigos con los que habíamos ido a Alcalá de Henares y a los que íbamos a seguir viendo a lo largo del día: Almudena Grandes, Luis García Montero, Joaquín Sabina y su Jime, Luis Muñoz, Chus y Conchita Visor... Y de ahí, cada uno a su evento y, en los ratos libres, a hacer la maratón cultural. A las siete, estuvimos en la FNAC, donde firmaban Joaquín y Luis y la cola era, literalmente, de tres pisos. A eso de las ocho nos pasamos por el Círculo de Bellas Artes para escuchar un rato a Gelman, que tenía un encuentro con estudiantes. A las ocho y media yo estuve firmando libros y conversando con los lectores en la librería Antonio Machado, a la entrada del mismo Círculo de Bellas Artes. Después nos dimos una vuelta por La Buena Vida, el local de los Trueba en la calle Vergara, para escuchar un concierto de Christina Rosenvinge y Nacho Vegas. Y, para acabar, tomamos algo por ahí y nos volvimos a juntar todos en los Diablos Azules, el bar que Jimena Coronado y unas amigas tienen en la calle Apodaca, para añadir nuestro propio espectáculo a la noche.

No estaba anunciado, pero allí leímos poemas y tomamos copas hasta el amanecer Joaquín, Luis, Luis Muñoz, jóvenes poetas como Antonio Lucas, Elena Medel y Carlos Pardo o el mexicano Marco Antonio Campos, y novelistas como Almudena Grandes, Eduardo Mendicutti y Jesús Ruiz-Mantilla, rodeados de amigos y en actitud de hasta que el cuerpo aguante. Si no hubiera tenido la absurda idea de morirse, Ángel González me habría llamado a la mañana siguiente y me habría dicho otra vez: "Benja, quiero que sepas que, en mi opinión, ayer salimos de aquel último bar tambaleándonos como dos caballeros".

La Noche de los Libros fue un día muy veloz. Yo, por mi mala cabeza, había empezado a correr por la mañana cuando, por diversos motivos que no vienen al caso, a las diez no tenía ni camisa ni corbata y había perdido la invitación y a las once y media estaba vestido, había lavado el coche e iba camino de Alcalá de Henares como un caballero. Y también acabé corriendo de madrugada, cuando salí de las Diablas Azules para que ahora pueda hacerles una pregunta, que es la siguiente: ¿Saben en qué nos parecemos ustedes y yo? En que tanto los unos como el otro aún nos estamos preguntando de dónde demonios habré sacado el tiempo para escribir este artículo. Pura magia, o algo peor.

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