"Mi padre me contaba cuentos de piratas en Somalia"
Los parientes de los secuestrados reconocen que vivían con miedo
"Mi padre siempre me contaba historias de piratas que robaban en Somalia. 'Hala, aita (papá), ¡qué exagerado eres!', le decía. Ahora se estará acordando de mí". A sus 26 años, Oinintza hace de improvisada portavoz de la familia Klemos. Su padre Gotzon, de 49 años y residente en Gernika (Vizcaya), es uno de los cinco tripulantes vascos secuestrados en el Playa de Bakio. Este marinero decidió hace más de 20 años dejar su trabajo en una empresa por una vida en la que alterna cuatro meses en alta mar con dos de descanso en tierra.
Al igual que los familiares de los demás secuestrados, se pone de los nervios cuando enciende la televisión o la radio. "Cada uno cuenta una historia, que si hay heridos, que si les han maltratado...", relata. Minutos después, su madre, Mireia, se une a la conversación: "Mi marido tiene ganas de dejarlo porque el dinero que gana ya no compensa. Cuando la pesca es buena, el sueldo es de más de 2.000 euros, pero cuando hay mala época hay que conformarse con mil y pico".
Otro de los afectados es Juan Pedro Sesma. Cumplió 15 años en África. Ahora, con 50, este nacido en Lekeitio (Vizcaya) es engrasador en la sala de máquinas. "Es lo que eligió, estar asándose a 50 grados", relata su hija, Ainhize. El tercer tripulante, Jaime Candamil, divorciado, tiene 52 años, dos hijos, Jon de 12 años y Lander, de 15, que viven con sus abuelos en Pasaia (Guipúzcoa). Lander está haciendo lo imposible para que su hermano no se entere del secuestro: "Tengo que estar pendiente de que no vea ningún telediario". Los otros dos tripulantes vascos son Iñaki López y Mikel Arana.
En Galicia hay otras ocho familias con el corazón en un puño. "Ellos tenían miedo". Lo dice Mari Carmen, la mujer de Cándido Senra Lorenzo, marinero que cumplirá esta semana 48 años y "lleva en el mar desde los 14". Él es uno de los ocho tripulantes gallegos, todos de Pontevedra, del cautivo. "Los barcos de la zona hablan entre ellos y sabíamos que podía pasar; ya el año pasado se comentó que iban a mandar una fragata", explica nerviosa desde su casa de Nigrán (Pontevedra).
La mujer de Cándido se enteró "por la televisión", ya que alrededor de las ocho de la tarde del domingo, cuando la empresa armadora notificaba a las familias lo ocurrido, "no estaba en casa". Vio la noticia en los informativos de la noche: "Nos quedamos de piedra porque no sabíamos cómo se encontraban".
El matrimonio tiene dos hijas gemelas de 16 años que ayer volvían al instituto: "Iban nerviosas, pero hay que seguir". Ese empuje de la gente del mar hizo que también ella fuese a su trabajo, cuidando a una mujer mayor. "Es difícil de llevar", reconoce, "pero es así". Al igual que Ángeles, casada con Amadeo Álvarez, de 55 años, ambas afirman que el asalto "les pilló desprevenidos, cuando estaban cenando". Con un hilo de voz y sin poder contener el llanto, ésta asegura que no se quedará tranquila hasta que pueda hablar con su marido que, en 34 años dedicándose al atún, "no le había pasado nada semejante". Pasa las horas pegada al teléfono y en compañía de dos de sus hijos, de los que ninguno, "gracias a Dios", se dedica a la pesca. Todos tienen prisa en cortar la conversación "para dejar la línea libre".
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