"O sea, ¿que seguirán haciéndonos la pascua?"
Cada uno a lo suyo. Dentro, los conductores se desgañitaban exponiendo por qué sí o por qué no había que aceptar la propuesta de la empresa. Fuera, mientras la asamblea hervía con los turnos de palabra, cuatro usuarias de los autobuses esperaban, mirada perdida en el horizonte, el 72 en la cercana parada de la avenida de América. "¿Para qué hacernos padecer más tiempo si tienen que ponerse de acuerdo igualmente?". Milagros, que va "sin prisas", no quiere saber nada de sindicatos, ni de asambleas ni de preacuerdos. "Sólo sé que esto es una lata", resume.
"O sea, ¿que van a seguir haciéndonos la pascua?", resopla, a su lado, Marisol. Admite que a ella la huelga no le afecta demasiado, jubilada como está, pero se solidariza con los usuarios habituales. "Es que son ya muchos días". Exactamente, 18. Éste es el segundo autobús que coge para volver a casa. "Es aquí al lado, pero vengo de diálisis y no puedo andar mucho. El metro me queda lejos", explica. Silvia, estudiante de 20 años, se considera "defensora de las huelgas". Ayer, que trajinaba una gruesa carpeta y un bolso con pinta de pesar más de un kilo, desafió el paro total y se pasó al autobús para ahorrarse una caminata. Apoya la huelga, sí, pero empieza a estar mosqueada: "La que se jode soy yo", resume. A las 20.06, tras 15 minutos de espera, llega el 72.
En Manuel Becerra, dos chavales discuten a la entrada del metro. "Pillamos el bus, ¿no?". "Pasando, tío, que hay huelga". Y desaparecen escaleras abajo. Vicente y Carmen prefieren esperar el 106. Les parece mal que sigan los paros, pero creen que los trabajadores tienen que luchar por sus reivindicaciones. "El Ayuntamiento es así", dice Vicente, y sostiene en alto el puño bien cerrado. "No quiere ceder", explica, por si no se ha entendido el gesto.
Carmen, que espera sentada en la parada del 71, no está para luchas sindicales. Cuenta que, a sus 69 años, la han operado dos veces de la espalda y que no puede subir y bajar escaleras. El metro, por tanto, no es una opción. "Tendrán que poner todos de su parte, ¿no? El Ayuntamiento y ellos. Si piden más de lo que les pueden pagar, se tendrán que conformar. Ni pa ti ni pa mí", razona. Aunque asegura que no se mueve mucho, la huelga le está afectando. "Esta mañana [por ayer] no he podido ir a rehabilitación porque no venía el autobús. Ni el 30 ni el 32", se queja. En el banco de al lado, Néstor se extraña de que la huelga pueda durar tanto. "¡En una ciudad como Madrid!". Diez minutos más tarde, se levanta, camina unos pasos y se mete en el metro.
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