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Reportaje:HISTORIA

El hombre que novela la corrupción

El 24 de enero de 1976, Massimo Carlotto paseaba por una calle de su ciudad, Padua, en Italia. Hijo de una familia acomodada, había salido, como tantos otros jóvenes de esa época, comunista cerril. "Tenía un abuelo anarquista emigrado a Argentina y empecé a leer a Marx a los 12 años. Pasé de boy scout a estudiar estalinismo". En 1976 tenía 18 años y militaba en Lotta Continua, un grupo extremista muy violento. "Había tirado algunos cócteles molotov y algunas piedras, y había pegado a algunos fascistas, estaba acostumbrado a la violencia, sí". De manera que mientras paseaba por esa calle de Padua, Carlotto oyó gemir y pedir ayuda a una mujer en una casa, entró, y se encontró con una joven de 25 años que parecía de buena familia. Estaba agonizando. Acababa de recibir 59 cuchilladas. "Me asusté, salí corriendo. Hablé con el abogado del grupo, me recomendó ir a la policía a contarlo. Fuimos a los carabinieri. Antes de haber terminado ya habían decidido que era culpable".

"Mi proceso estuvo lleno de prejuicios políticos, un producto del clima cultural y del atraso científico italiano"
"Las mafias tienen relaciones y hombres en todas partes, y hay además un enorme nivel de corrupción dentro del Estado"
"No hay aspecto de la sociedad italiana donde no haya criminalidad, y la Iglesia es cómplice porque nunca lo ha denunciado"

Lo que siguió durante los siguientes 18 años es fácil de resumir y menos fácil de recordar y entender: Carlotto fue juzgado, condenado, encarcelado, absuelto y liberado, condenado otra vez, se hizo prófugo, fue acogido como un mártir problemático por la izquierda global (París, Londres, Ondarroa, Nicaragua, México…), volvió a Italia, se entregó, fue encarcelado de nuevo. Pasó siete años como clandestino y otros siete en prisión en diferentes etapas. Tuvo tiempo de licenciarse en Historia por la UNAM, se convirtió en bulímico y engordó hasta los 150 kilos. Como su caso, que llenó miles de páginas de periódicos, movilizó a 80 jueces y 50 peritos, necesitó de 13 vistas en todas las instancias (hasta el Constitucional) y gastó en decenas de abogados, grupos de apoyo y solidaridad, dinero sin fin. "Fue un proceso lleno de prejuicios políticos, un producto del clima cultural y del atraso científico italiano. La clave era un pelo que se halló en la mano de la mujer. Como en Italia no había pruebas de ADN, se guardó en un cofre blindado. Cuando llegó el ADN y abrieron el cofre, el pelo había desaparecido".

Carlotto fue absuelto por fin en 1993, al decimosegundo juicio. Pero Kafka todavía estaba allí: el juez no firmó la sentencia porque no sabía si aplicar el código de procesamiento penal nuevo o el antiguo. "Preguntó al Constitucional, le dijeron que el nuevo, pero para entonces ya se había jubilado y no pudo firmar. Tras 48 días más de cárcel, el 7 de abril me llegó, sin haberlo pedido, el indulto del presidente Scalfaro".

Hoy, Carlotto tiene 51 años, vive en Cagliari (Cerdeña) con su dulce y encantadora mujer, Colomba, y un hijo de cinco años que hace kung-fu; pesa ahora sólo 90 kilos y es un tipo amable, tranquilo, poco hablador y muy sencillo, que viste de negro y tiene una mirada limpia y profunda. Además, es un escritor de enorme éxito y pegada, uno de los narradores que con más realismo, conocimiento y crudeza carcelaria está contando y denunciando la expansión de la criminalidad organizada, esa mezcla de mafias, corrupción, racismo, religión, machismo, explotación y ataques al territorio que destilan las cloacas de los negocios de la Italia contemporánea.

"Usted es el caso Carlotto", le decía la gente al reconocerle por la calle. Cuando se le pregunta si sufrió mucho durante aquel tiempo, responde que "esa vida pasó, ahora hago un trabajo bello, tengo un saco de amigos, me casé… Voy y vengo, escribo. Fueron años duros, una vida aventurera, literaria, complicada".

Empezó a escribir en 1995."Estando en el ambiente del exilio político internacional de París, nos pidieron que expresáramos nuestra impresión sobre la clandestinidad y escribí Il fuggiasco (El fugitivo, llevado al cine por Andrea Manni en 2003), no para llorar, sino para hacer reír. No trataba del proceso, sino de la fuga. Me llamaban El Gordo, era un fugitivo enorme. Cuando volví de México y me entregué en la frontera no me querían arrestar. No había orden de captura. Pasé 15 días en Italia sin documentos y entonces me trincaron.

Tras ese primer libro testimonial, parecía lógico que Carlotto desembocara en la novela policiaca. Así ha sido. "Antes hice un libro sobre los desaparecidos italianos en la dictadura argentina. Después de los españoles, fueron los desaparecidos extranjeros más numerosos. Tenía familia allí sin saberlo, y descubrí que una tía mía era una de las Madres de Mayo. Pero siempre daré gracias al Estado italiano por haberme permitido conocer esa fantástica fuente de inspiración que es la cárcel. Allí aprendí mucho. Creé a un detective privado, Alligatore, que no tiene licencia y es un ex músico de blues, para poder contar los personajes que había ido encontrando. Tuvo cierto éxito y eso me permitió escribir otro tipo de libros, más realistas. Me interesa contar la verdad porque lo que pasa en Italia es un escándalo. El mito de la criminalidad del buen padre de familia que el fin de semana cuida a su familia es una patraña. Es muy violenta y vive de la prevaricación 24 horas al día, siete días a la semana. Ahora soy voluntario en las cárceles y puedo garantizar que tenemos una percepción equivocada del peligro de la criminalidad organizada".

'Hasta nunca, mi amor' (editorial Emecé), la novela que acaba de publicarse en español, está protagonizada por un policía corrupto. Carlotto cree que el crimen italiano "ha dado un salto cualitativo: el estadio más bajo son los albaneses que campan en la prostitución del Véneto, el más alto son los criminales económicos, que viven disfrazados de ciudadanos honrados, fingen que trabajan y están protegidos por políticos locales y regionales. Italia es el país de la impunidad y el misterio. Por eso elegí la novela negra: la única escritura política que se puede hacer es contar lo que los periódicos no cuentan".

-Por ejemplo, que las mafias están infiltradas a fondo en casi todos los sectores económicos…

-Las mafias tienen relaciones y hombres en todas partes. Otra cosa que apenas se cuenta es el enorme nivel de corrupción que hay en el Estado. Según las investigaciones, la corrupción de la policía, la magistratura y la política abre la puerta a que las redes organizadas creen una criminalidad muy difusa. En Italia, mucha gente comete delitos, pero no se les considera delincuentes. Hay muchos industriales de éxito utilizando a trabajadores clandestinos y negros, marcas de éxito mundial que mandan la tela de noche a talleres donde la cosen trabajadores chinos controlados por la mafia croata… La ropa vuelve manufacturada por la mañana, le ponen la etiqueta y listo.

En una de sus novelas, Nordeste, Carlotto retrata esa zona de Italia como si fuera el Chicago de los años veinte. "Es mucho más criminal el norte que el sur. Abajo, las mafias mandan estructuralmente. Al norte, las mafias italianas han perdido terreno frente a las foráneas. Pero tienen una estrecha relación con el poder económico y es en el norte donde se hacen los grandes negocios. La mala fama del sur es sobre todo causa de la propaganda racista y clasista del norte. La ilegalidad difuminada del noreste incluye, por ejemplo, al evasor fiscal, el empresario que va en Mercedes y no paga un euro de impuestos. Pero de eso en Italia se habla poco porque llegas enseguida a la política. Como se ha visto en el caso de las basuras de Campania, Nápoles, la delincuencia es transversal: el que gobierna tiene relaciones con el crimen organizado".

Habla Carlotto de que la decadencia italiana es peor de lo que parece. "Es absoluta, moral, política y de costumbres. No hay aspecto de la sociedad italiana donde no haya criminalidad, de la religión, al sexo o el deporte. Y la Iglesia es profundamente cómplice porque nunca ha denunciado que el sistema económico es profundamente inmoral y criminal".

Habla alto y claro. No tiene miedo de decir cosas tremendas, aunque, por ejemplo, su colega napolitano, el escritor Roberto Saviano, está amenazado y tiene que vivir con escolta. Él dice ser inofensivo: "Sólo soy un novelista. Es una fórmula fantástica. Cuentas una historia verdadera, los lectores lo saben, te leen, te escriben y te dan pistas. Pero como se vende como ficción, nadie hace nada. El mecanismo social que hace funcionar todo el sistema es la hipocresía y la fiebre del dinero. Hay muchos escritores contando estas cosas: Fois, Machiaveli, Dazieri, Lucarelli, el maestro Camilleri. El problema es que algunos creen todavía en la política, reafirman la legalidad del Estado. Yo no estoy de acuerdo con eso. Me interesa más destacar la relación entre globalización y criminalidad. Crear un conflicto al lector. Provocarle. El último libro, que trata sobre criminalidad y contaminación alimentaria, asustó mucho a la gente. Me miraban en el supermercado para ver qué compraba".

-Mozzarella supongo que no.

-Ja, ja. Hace tiempo que no compro. Antimafia dijo ya en 2004 que la Camorra se había adueñado del negocio de la búfala. Pero hay cosas peores. Hacen pasta con grano de calidad cinco, destinado a la alimentación animal, descartada previamente por Estados Unidos y Canadá. Bloquearon la carga en un barco en Bari, porque contenía ocratoxinas. Un juez lo liberó y nos lo hemos comido. En Italia no se tira nada. Los huevos defectuosos se lavan, se rompen, se licuan y se venden como huevina a las pastelerías. Por la autopista del noreste, la que va de Mestre a Trieste, entra y sale de todo, y casi todo es ilegal. Cerdos rumanos sin control sanitario que se venden como si fueran de Parma, leche de búfala congelada, armas, clandestinos… Hay una fila de camiones las veinticuatro horas.

Carlotto lo sabe todo sobre el crimen organizado. Incluso vaticina ya el pró­ximo escándalo, el de los residuos informáticos. "El norte está lleno de enterramientos de carcasas de ordenadores. Los componentes los mandan al Tercer Mundo. Deshacerte legalmente de un ordenador viejo cuesta treinta dólares. Ilegalmente cuesta dos".

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