La delicadeza de una cineasta
El estadounidense Philip Roth está cerca de ser un dios intocable en la literatura contemporánea. Con la obra cinematográfica de Isabel Coixet, los especialistas se han dividido entre los que alaban su capacidad visual pero opinan que es incapaz de controlar sus excesos de puesta en escena, y los que poco menos que la detestan. Así que ante una crítica como la de Elegy, adaptación de la novela de Roth El animal moribundo (2001), dirigida por Coixet, lo fácil sería no salirse de la tangente, acudir a la frase hecha y al lugar común. La inmensa mayoría de las reseñas del Festival de Berlín, donde el filme compitió en su sección oficial, ya fueron así. Ésta no. Sin comparaciones, cada una en su terreno: El animal moribundo está lejos de ser una buena novela; Elegy está cerca de ser una excelente película.
ELEGY
Dirección: Isabel Coixet.
Intérpretes: Penélope Cruz, Ben Kingsley, Dennis Hopper, Patricia Clarkson, Peter Sarsgaard.
Género: drama. EE UU, 2008.
Duración: 108 minutos.
El guionista Nicholas Meyer y la propia Coixet han eliminado pasajes del libro, redefinido la esencia del protagonista masculino, desarrollado episódicos personajes de la novela, modificado el tono de las escenas de sexo, y cambiado el desenlace del relato. ¿Han convertido El animal moribundo en otra cosa? Quizá, aunque tanto la base, la relación entre un maduro profesor universitario y una de sus alumnas, como el desarrollo de los acontecimientos sigan estando ahí. Sin embargo, la disquisición panegírica y la lujuria con tendencia a lo grotesco han dejado paso al romanticismo y a la delicadeza. Roth se pasaba cerca de 40 páginas (de un texto de 170) describiendo el sexo entre los protagonistas a través de una prosa vulgar (en el sentido de común o general): "La primera vez que me la chupó, movía la cabeza con un implacable y rápido rat-a-tat-tat, y era imposible que no me corriera mucho antes de lo que deseaba, pero (...) entonces ella se detenía bruscamente y recibía mi esperma como un desagüe abierto". En la película apenas hay sexo explícito, y cuando lo hay, está filmado con elegancia bajo los acordes de piezas para piano de Erik Satie. El momento más extravagante de la novela, el de las fotos a la mujer enferma, hacia el final, cuando el texto ya va en caída libre, es eliminado en buena parte, sintetizado en un acto de amor al que se le ha añadido música del estonio Arvo Pärt. Desde luego, Satie, sereno y desconsolado, y Pärt, inquietante y espiritual, están en las antípodas de todos los desagües abiertos y cualquier rat-a-tat-tat.
Penélope Cruz, cercana, sensible, y Ben Kingsley, tan enérgico como asustadizo, están magníficos, como los implacables secundarios: Dennis Hopper, Patricia Clarkson, Peter Sarsgaard. Coixet, salvo un fugaz instante en una playa, gana la partida a su lado más publicitario y pegajoso. Su puesta en escena es mesurada, distinguida. Su primera película con guión ajeno es seguramente su mejor obra.
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