Guía de integración paisajística
Entre los desastres urbanísticos que crean desequilibrios económicos y sociales y déficit físicos muy graves, no hay que olvidar aquellos que destruyen la corrección y el buen uso del paisaje, incluso en términos estéticos. La edificación abusiva y descontrolada en un frente marítimo o en la periferia de un núcleo urbano, la acumulación de servicios residuales abandonados en un escenario agrario, la mala arquitectura, las redes mal trazadas son problemas importantes para el buen uso colectivo del territorio y para el control de su rendimiento social. Pero, además, tienen una carga visual inmediata, con graves consecuencias en el comportamiento del ciudadano que acaba asimilando el fatalismo del desastre y lo aplica, al fin, a muchas otras tolerancias todavía más nocivas.
No todos los polígonos son industriales: muchos son en, buena parte, comerciales
Entre los diversos espectáculos de incivilidad visual, estos últimos años está tomando importancia la presencia de los polígonos industriales que nacen en la periferia de las ciudades y en los grandes cruces viarios con un desorden patético, extremando la suburbialización de todo el territorio. No negamos, ni mucho menos, la necesidad de ofrecer espacio suficiente y ampliamente adecuado a las instalaciones productivas y comerciales, indispensables para el crecimiento económico. Pero este espacio se puede lograr sin destruir el paisaje y sin incivilizar la periferia de las ciudades. Y puede ser un nuevo sector activo y participativo si se plantean correctamente los usos, se estudia la ubicación, se exige un orden arquitectónico y se limitan las posibles extroversiones antiurbanas. Es decir, si se exige un respeto al paisaje y a la ciudad en sus respectivas idiosincrasias no sólo en términos funcionales, sino en la pulcritud de sus imágenes.
El Departamento de Política Territorial y Obras Públicas de la Generalitat acaba de dar un paso importante con la publicación de una Guia d'integració paisatgística, especialmente dedicada a los polígonos industriales. Es una aportación innovadora porque no impone más instrumentos urbanísticos ni normativas contundentes, como ha sido habitual en las deslavazadas políticas de control urbanístico. Se trata, simplemente, de ofrecer reflexiones previas que pueden influir en las decisiones definitivas para programar, construir y mantener un polígono industrial que no sea un desperfecto paisajístico y un cáncer urbano irreparables. Es un conjunto de advertencias a los ayuntamientos y otras administraciones locales que tener en cuenta en el momento de aprobar un área productiva en el propio territorio. El texto abarca consideraciones generales, especialmente en los temas de ubicación, unidad morfológica y racionalidad de usos, pero también observaciones de detalle como la definición formal de la parcela, el valor representativo de la vialidad y la vegetación, los filtros visuales, la calidad de la arquitectura y del mobiliario urbano, la publicidad, el patrimonio existente, el carácter y la topografía del paisaje, etcétera. Todo ello se ordena con un análisis de los problemas advertidos en cada asunto, seguido de una serie de consideraciones para cada uno de ellos, sin dar normas absolutas, sino señalando caminos para la particularidad de cada experiencia.
Todas estas consideraciones mantienen una evidente coherencia porque parten del reconocimiento de criterios urbanísticos generales. Las recomendaciones llevan implícitos algunos principios que hay que considerar, pues, asimilados ya por la Administración. Y esto es una buena noticia. Un primer punto de partida indiscutido parece ser la lucha contra la incontinencia urbana: no hay que ceder ni el paisaje ni la ciudad a la suburbialización, y los diversos usos -incluido el industrial- pueden y deben adscribirse a los dos ámbitos sin contaminarlos. El segundo es la aceptación de un proceso discursivo y no dogmático en la planificación: no se trata de establecer modelos secos e inmóviles, fruto de una normativa abstracta, irreal, impositiva, sin particularidades, sino de crear tendencias y criterios cuyo valor no está en la norma, sino en la dialéctica. Otro principio que parece indiscutido es la valoración de los aspectos visuales en los nuevos asentamientos, como consecuencia no sólo de consideraciones estrictamente estéticas, sino de criterios fundamentales en cuanto a los valores de civilidad. Y, finalmente, la afirmación de que todo se resume en el poder del proyecto, en el buen proyecto urbano y en el buen proyecto arquitectónico más allá del simple control funcional y cuantitativo de los Planes Generales. Es muy positivo que nuestras autoridades urbanísticas den muestras de haber asimilado esos cuatro principios que pueden iniciar unos procesos proyectuales más eficaces que los métodos de planeamiento que han perdurado hasta hoy.
Quizá en esta guía falta una consideración previa: las malas consecuencias indirectas de los polígonos industriales según los usos que se les adjudiquen. Porque no todos los polígonos son auténticamente industriales: muchos son en buena parte comerciales, con una densidad y unas facilidades de uso que acaban desplazando el comercio de proximidad que habían ocupado -y deben volver a ocupar- las plantas bajas de las calles centrales de la ciudad. Antes de lograr las correcciones visuales de un nuevo polígono hay que saber si, con su sola existencia, se puede producir una grave descentralización de la vida colectiva y, por tanto, a la larga, una asfixia de la ciudad.
Pero en conjunto hay que felicitar a los promotores y redactores de esta guía fruto de las tareas de la Dirección General de Arquitectura y Paisaje que conduce Joan Ganyet. Y esperar que ese volumen dedicado a los polígonos se complemente con otros asuntos igualmente graves y frecuentes en la manipulación del paisaje y de la urbanidad.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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