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Abuelos cuidadores de nietos

Antón Costas

¿Cuáles dirá la historia que han sido los hechos más importantes ocurridos en este inicio del siglo XXI? No serán, en mi opinión, el Estatuto, el terrorismo o la crisis inmobiliaria. Es la inmigración y el aumento de la esperanza de vida, es decir, el mal llamado envejecimiento. Su importancia reside en que cambian el tamaño y la composición de la población.

La inmigración ha incrementado la población española en cinco millones, un poco más del 10% del total, algo que constituye un hecho crucial. El aumento de la esperanza de vida y la caída de la natalidad hacen que un tercio de la población tenga hoy más de 50 años, y llegará a la mitad en un futuro cercano, con un aumento muy rápido de las personas de 80 años o más.

Hay que tender a conciliar jubilación y trabajo parcial, y apoyar la autonomía de los ancianos

Estos cambios en el tamaño y composición de la población traen retos importantes. Así, dejando de lado los que plantea la inmigración, ¿cuáles serán las consecuencias de la mayor proporción de mayores sobre el sistema de bienestar, la sanidad, la economía, la política o los valores sociales y familiares? ¿Vamos, como algunos piensan, hacia una economía menos productiva y una sociedad políticamente más conservadora y moralmente más egoísta?

En todo caso, el aumento de la esperanza de vida trae también oportunidades. La principal es que ahora la mayor parte de la población, y no sólo la más acaudalada, tiene la oportunidad de disfrutar de las cosas de la vida una vez que ha dejado atrás la carga del trabajo.

¿Cuáles serán los contenidos y el alcance de esos retos y oportunidades? La respuesta depende de las actitudes y el comportamiento de las personas que se jubilan. No es lo mismo que quieran jubilarse a los 60 que a los 65, que tengan una buena salud o que sean dependientes, que dispongan de recursos económicos o que vivan de ayudas, que su vida familiar y social sea satisfactoria o que estén solos o en residencias.

Un estudio reciente de Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Díez (La generación de la transición: entre el trabajo y la jubilación) busca respuestas a estas cuestiones a partir de una encuesta a personas que están entre los 50 y los 70 años. Se trata de "la generación de la transición", la que entró en la vida activa entre comienzos de los cincuenta y mediados de los setenta del siglo pasado. Es decir, en el momento histórico de "la gran transformación" de España. La que protagonizó ella misma los principales cambios socioeconómicos, políticos, culturales y familiares. Y la que muy probablemente cambiará la visión que hoy tenemos de los mayores.

Este estudio nos ofrece pistas valiosas para comprender algunos de los efectos de los cambios en el número de mayores.

Los que ya se han jubilado han trabajado hasta los 58 años, y los que aún permanecen en activo desean jubilarse a los 60, aunque no prevén hacerlo hasta los 63 años. Esto sugiere que existe predisposición a trabajar más tiempo, especialmente si existe una cierta conciliación de trabajo y jubilación.

No son manirrotos. La mitad gasta lo que ingresa y la otra mitad ahorra algo. Son más los que dan dinero a los hijos que los que lo reciben. El 93% son propietarios de su vivienda y el 27,5% tienen una segunda residencia. Además, muchos, especialmente en la franja de los 50 a los 54 años, tienen planes de pensiones.

En cuanto a su estado de salud, aunque hay dolencias, manifiestan sentirse razonablemente bien. Son mayores robustos y autónomos, no viejos dependientes.

Pero esta perspectiva, en general optimista, hay que matizarla con una perspectiva de género. La situación laboral, económica y de salud de las mujeres aparece como más problemática.

En conjunto, estamos ante mayores con pocos agobios económicos y con un elevado grado de autonomía. No hay motivos, por tanto, para el alarmismo. Los mayores no serán una carga insoportable.

Al contrario, esta generación tiene una filosofía moral, una idea de la "vida buena", que acentúa el valor del altruismo: son dadivosos con padres e hijos, y dan probablemente más de lo que reciben de ellos.

Esta sensación se refuerza al ver lo que ocurre con los nietos. Los autores señalan la condición de los mayores como "abuelos cuidadores de nietos". Como el número de nietos ha descendido, las mujeres se han puesto a trabajar y, en muchos casos, viven cerca, los abuelos se quedan como cuidadores de los nietos. Es un papel que realizan cada vez con más intensidad: les atienden, les llevan al colegio, se hacen cargo de ellos.

Esto sugiere que las personas mayores están desempeñando un papel crucial, resolviendo problemas de la vida social. Un papel que es tan importante (o aún más) que el que desarrollan las instituciones públicas y empresariales del sistema de bienestar. Son una fuente de riqueza, pero como no se tiene en cuenta en el cálculo del PIB, pasa desapercibida y no se valora. Quizá por eso, su papel apenas es visible en el debate público.

Los autores señalan consecuencias en general positivas del hecho de que la socialización de los niños quede en manos de los abuelos, en la medida en que ese entrecruzamiento de experiencias entre abuelos y nietos puede poner los fundamentos de una sociedad más reflexiva a largo plazo, emocional y moralmente más equilibrada, y por tanto, una sociedad más adecuada a la propia supervivencia y al crecimiento del sistema de los adultos.

Caminamos hacia una sociedad en la que por primera vez en la historia convivirán juntos y en activo cuatro generaciones: jóvenes, adultos, mayores y ancianos, con unos mayores que no serán carga sino una fuente de riqueza, y con unos ancianos cuya vida será más satisfactoria y autónoma. Lo que se necesita es que las empresas aprendan a conciliar jubilación con trabajo parcial y que las políticas apoyen la autonomía de los ancianos.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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