Lo que está en juego
La renovación que intenta Rajoy se enfrenta a la resistencia de grupos que él mismo potenció
El Partido Popular perdió las elecciones pero aumentó en medio millón el número de votos obtenido, el doble de lo que subió el PSOE. Son, pues, unos resultados que se prestan a diversas interpretaciones. Para Rajoy y su equipo más cercano, el apoyo obtenido -el más amplio de la historia del PP- revalida su liderazgo y le legitima para seguir al frente; para sus críticos, el consuelo de las cifras no puede ocultar la realidad de la derrota, sobre todo en el interior de una formación que apostó durante la legislatura por la estrategia del todo o nada. Y exigen a Rajoy que saque consecuencias de esa derrota.
Bajo la avalancha de declaraciones cruzadas entre unos y otros se esconde una pugna soterrada por endosar la responsabilidad de que el PP no haya ganado. Para Esperanza Aguirre y los sectores más radicales del PP, la estrategia de oposición en la anterior legislatura fue correcta, pero falló el candidato. Para los sectores más centristas, en cambio, la causa habría que buscarla en una estrategia que si bien permitió al PP mantener sus apoyos, y hasta aumentarlos, fue insuficiente para contrarrestar el fuerte rechazo que produce en un sector mayoritario del electorado.
El calvario político de Rajoy es que ahora tiene que alinearse con estos últimos cuando, a lo largo de cuatro años, no quiso alejarse de los primeros, asumiendo que la crispación y, muchas veces, la deslegitimación y el abuso de las instituciones era el medio más eficaz para llegar a La Moncloa.
No se sabe bien qué planes tiene Rajoy, pero hay indicios (por ejemplo, en los nombramientos efectuados tras el 9-M) de que quiere emanciparse de los grupos de presión, eclesiásticos o mediáticos, entre otros, a los que dio protagonismo político, y que le convirtieron en su rehén. La utilización de noticias falsas publicadas en esos medios radicales para intentar bloquear el Tribunal Constitucional o para cuestionar la investigación judicial (y la sentencia) del 11-M indica hasta dónde llegó esa estrategia.
En ese sentido, la batalla interna (pero librada en la plaza pública) afecta al sistema político en su conjunto, aunque corresponda a los militantes del PP, y sólo a ellos, solventarla. Hay razones para pensar que un clima de menor crispación e incluso de consenso en ciertos asuntos conviene ahora a los dos principales partidos. Pero la actitud sectaria de la oposición favorece el sectarismo del Gobierno, y viceversa. No ayuda, por ejemplo, la acusación formulada ayer por el número dos socialista, José Blanco, negando a Rajoy el derecho a hablar de continuismo "tras 25 años sin bajarse del coche oficial y de no permitir la renovación de su partido". En el PP, ejemplos de esto sobran.
Rajoy ha asumido riesgos internos al nombrar portavoz a Sáenz de Santamaría y mostrarse receptivo a las ofertas de pacto de Zapatero, y los que empujan a Aguirre a convertirse en alternativa buscan sacrificar al líder para salvar la estrategia. Eso está en juego.
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