Benet y Riquer, lecturas sucesivas
Con muy pocos días de diferencia han aparecido el volumen de las memorias de Josep Benet hasta el final de la Guerra Civil y la biografía de Martí de Riquer. Son en cierto sentido dos libros complementarios y personalmente los he leído -con un enorme interés- uno tras otro. Antes de leerlos tenía la a sensación de que podía convertirme en lector de una especie de choque de trenes. Benet y Riquer pueden parecer opuestos por el vértice, y este vértice tiene nombre, lugar y fecha. Benet era soldado en el ejército de la República, movilizado en la quinta del biberón. Riquer se había alistado en el Tercio Nuestra Señora de Montserrat del ejército franquista, después de abandonar Barcelona. Si Benet no hubiese resultado herido con anterioridad, podrían haber estado frente a frente, con las armas en la mano, en la batalla del Ebro.
En sus biografías hay una demostración de la complejidad, de la paradoja y de la aparente contradicción
Éste es el principal vértice de oposición entre Benet y Riquer, el máximo posible: soldados por convicción en dos ejércitos enfrentados en una guerra civil. Pero no es el único. Benet, después de la guerra, encarna la lucha contra el franquismo, la oposición total, el activismo antifranquista. Riquer tuvo cargos políticos en el primer franquismo y cargos académicos importantes años después, y por tanto es indiscutible su colaboración con el régimen. Las dos biografías parecen destinadas al choque de trenes, a encarnar dos mundos opuestos, podrían alimentar perfectamente un retrato de época en blanco y negro. Y sin embargo...
Una vez leídos los dos libros, empiezan a aparecer los matices. El blanco y negro se difumina. En primer lugar, los dos provienen de una misma matriz política y cultural, del catalanismo y del catolicismo. No del mismo origen social. Benet será soldado convencido de la República y deseará la victoria republicana, pero como católico participa en la Iglesia clandestina de la retaguardia, conoce con dolor el asesinato de muchos de sus maestros y se indigna por algunas actuaciones no sólo de los supuestos incontrolados, sino de los que tenían la responsabilidad de controlarlos. Con sus amigos de pensamiento político similar discute sobre el mal menor: él cree que es mejor que gane la República, y luego ya se intentará resolver la cuestión de la libertad religiosa, mientras que otros creen que es mejor que gane Franco, y luego ya veremos cómo podrá resolverse la cuestión catalana. Benet afirma que no todos los que luchaban en su mismo bando lo hacían por la república, por la democracia y por Cataluña, y conoce mientras está en el hospital que algún comisario político de su batallón -militante del PSUC- había decidido que se le eliminase por fuego amigo nada accidental en la primera ocasión en la que una acción de guerra lo hiciese posible.
Riquer viene también del catalanismo y del catolicismo. Su militancia en el catalanismo de los años treinta es absoluta, radical. Según me comentó un amigo suyo, al preguntarle por qué se había pasado al bando franquista -después de haber colaborado con las autoridades republicanas ya durante la guerra-, la respuesta fue sencilla: "Para poder ir a misa sin que me pegaran un tiro". Después de la guerra su colaboración con el régimen es indiscutible. Pero su contribución a la reconstrucción de la catalanística y, por tanto, a la reconstrucción de la cultura catalana, también. Al final, en los años setenta y ochenta, algunos círculos se cierran. Benet, que había sido prácticamente condenado a muerte por un comisario político del PSUC, acabará siendo el candidato independiente a la presidencia de la Generalitat por el mismo PSUC. Y Riquer, como senador de designación real en el primer Senado de la transición, acabará integrado nominalmente en el grupo de la Entesa dels Catalans, encabezada por Benet, y firmando por el retorno inmediato del presidente Tarradellas.
Riquer y Benet vienen prácticamente del mismo espacio político. Se bifurcan hasta pertenecer a mundos absolutamente enfrentados. Pero al final de sus vidas la distancia vuelve a ser muy corta. ¿Vidas paralelas? No exageremos. Pero, en cualquier caso, la lectura sucesiva de las dos biografías no da una fotografía en blanco y negro ni exclusivamente un choque de trenes. Hay algo de choque de trenes. Hay un poco de vidas paralelas. Pero hay sobre todo una demostración de la complejidad, de la paradoja, de la aparente contradicción.
Después de leer las dos biografías, tenemos un catálogo de sensaciones contradictorias. Está lo que les separó, que es muy importante. Está lo que les unió, al menos en algunas fases de sus vidas, que no es en absoluto irrelevante. Está la sensación que comparten de complejidad y de contradicción de las situaciones, más allá de una división entre unos y otros. Visto desde el presente, no podemos ignorar ninguna de estas sensaciones. Fingir unas vidas paralelas sería engañarnos. Escoger el choque de trenes sería reduccionista. Pintarlo todo de blanco y negro sería falso. El cóctel debe contener todos los ingredientes, aunque sean contradictorios. Pero podemos modularlos. Sin ignorar nada, podemos poner el acento en lo que polariza y enfrenta o en lo que acerca y dibuja algún tipo de espacio común. Es un problema de modulación. Personalmente, sin ocultar nada y sin ignorar nada, me parece mejor inversión intentar construir un espacio común de encuentro. Pero no sé por qué tengo la sensación de que el espectáculo del choque de trenes vuelve a estar más en el gusto de nuestro tiempo.
Vicenç Villatoro es escritor.
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