"La felicidad, como el deporte, hay que trabajarla"
"¿Quién demonios eres tú? ¿Cómo has podido hacer esto?" Son las dos preguntas que se hizo el pequeño Rojas Marcos a los nueve años, aquella noche en la perrera, que así llamaban al cuartelillo de la Guardia Civil de Liendo, Cantabria. "Me asusté de mí mismo. Yo ya tenía uso de razón, el uso de razón es a los 7 años". Noche, suelo de piedra, cuatro paredes, una silla, una puerta. El niño malo e hiperactivo, el desastre a quien sólo su madre le reía las travesuras pasó doce horas en el calabozo, hasta la una de la madrugada. Ese mismo día había estado con su amigo Miguel en la Playa de San Julián. Caminando por la ladera del monte, Miguel le retó: "¿A qué no te atreves a meterle fuego a esos matorrales?"
Psiquiatra afincado en Nueva York, dice que España es un país de optimistas
Aquella noche perra llovió. Las aguas que cayeron del cielo acabaron con el incendio.
Un camarero que Arias Cañete definiría como los de antes se acerca con un plato de jamón ibérico, cortesía de la casa: "Un placer tenerle entre nosotros de nuevo", le dice al célebre psiquiatra, responsable durante años de la salud mental de los neoyorquinos. "Gracias, Félix", contesta, cariñoso, Rojas Marcos. Estamos en el hotel Palace, donde le gusta alojarse cuando viene a Madrid porque "no hace falta llevar corbata", donde puede llamar a varios empleados por su nombre.
Nunca terminó de encajar en ningún sitio, por eso acabó emigrando a Nueva York, a los 23 años. Allí encontró un espacio de tolerancia, se reinventó a sí mismo. La vocación eso sí, le vino por vía materna. Fue al escuchar esa historia de su abuelo Miguel, ese médico que cuando atendía a los pacientes en sus casas, deslizaba discretamente una peseta bajo su almohada al irse. "Entrar en la facultad de psiquiatría me llena porque quería entenderme a mí mismo. Con los años he conseguido conocerme". Tiene 64.
En su último libro, Convivir, sostiene que la calidad de vida es la calidad de las relaciones que uno tiene: "Las personas que no pueden relacionarse son las que más sufren". Componiendo su ensalada en el bufé, plato en mano, minimiza la polémica sobre el Prozac, dice que siempre se ha sabido que un alto porcentaje de pacientes mejoran con un simple placebo. "Hoy se trata la tristeza con Prozac y sólo se debería utilizar para los casos de depresión grave. Nos están robando la tristeza normal, que es parte de la vida".
Dice que España es un país de optimistas pero que parece que está mal visto decir que estás contento, te tendrán envidia. "Optimista es el que tiene esperanza, se perdona los fallos y no se echa la culpa de todo". Para ser feliz, asegura, hay que querer serlo, hay que estar motivado. "La felicidad, como el deporte, hay que trabajársela. Todo el mundo sabe que es bueno hacer ejercicio, pero no todos lo practican", dice pronunciando la erre con un cierto deje norteamericano. En Estados Unidos le llaman Doctor Marcos; el Rojas resulta impronunciable. "¿Les traigo el surtido de postres?", pregunta Félix. "Mejor algo ligerito".
Vive a 10 minutos de la NYU, la Universidad de Nueva York donde imparte clases de psiquiatría. Llegó a la ciudad de los rascacielos en 1968. "El presidente que hemos tenido ha hecho tanto daño al país... Que salga Obama es un milagro posible".
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