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Columna
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Si viene el Euríbor, métete en una iglesia

Salió del banco con el Euríbor enroscado en las piernas y los colmillos de la hipoteca marcados en el cuello, preguntándose cómo iba a escapar de ese infierno por lo civil que es un crédito, porque para ahorrar más no se le ocurrían ideas para quitarle ceros a las facturas y a la hora de hacer economías de fin de mes con el menú sólo le quedaban dos opciones: comer croquetas de Cola-Cao y sopa de agua del grifo o empanar las obras completas de Ortega y Gasset. Vaya estafa, eso de que la crisis financiera consista, básicamente, en que los bancos tienen que ganar lo mismo si las cosas van bien que si se ponen de color hormiga, de forma que en las épocas de vacas flacas nos ordeñan a nosotros. No van a tener ellos mil millones menos de beneficios pudiendo pagar sus clientes 40 euros más cada día uno.

O sea, que lo mejor sería meterse a cura, se dijo Juan Urbano

O sea, que lo mejor sería meterse a cura, se dijo Juan Urbano, porque así estarías en el bando de los que hacen buenos negocios. Pensó eso después de leer en el periódico la noticia del trato que el arzobispado de Madrid había hecho con el Ayuntamiento en 1997, que en resumen es parecido al timo de la estampita, sólo que con estampitas de 240.000 metros cuadrados: el municipio le dio a la Iglesia alrededor de 80.000 metros cuadrados urbanizables, de los que de momento ha entregado algo más de 64.000, y recibió a cambio esos 240.000, de los que 226.000 son suelo rústico. Los primeros tienen un valor de 120 millones de euros y los segundos, de tres y medio. Si Rouco y sus hermanos no son unos genios, que venga Dios y lo vea.

Iglesia se escribe con i de inmobiliaria, pero la t de tonto está hacia la mitad de Ayuntamiento, de manera que al poner ese asunto en la balanza se ve una descompensación obvia, ¿no creen? La pregunta es de dónde viene el desequilibrio, si de la ignorancia o de la mala fe, porque se pone uno a pensar torcido y puede dar la impresión de que, una vez más, al PP se le ve la sotana debajo del traje como a los jóvenes de ahora se les ven los calzoncillos por encima de los pantalones. ¿Será que de lo que estamos hablando es de lo de siempre, de que llevamos polizones en el barco de la democracia, o más bien saboteadores que se dedican a hacerle agujeros al casco y preparar un motín contra el capitán? "Ya saben", pensó Juan Urbano como si le hablase a un auditorio, "gente que niega la Constitución en sus despachos mientras la defiende a gritos en el Parlamento, porque la doble moral es eso, ser inmoral dos veces, creer, por ejemplo, que lo que vale para los estrados no sirve para los púlpitos, porque hay instituciones, sectas o empresas que pueden estar al margen de la ley, por encima de ella o en su subsuelo, dependiendo de las circunstancias". No seré yo quien le niegue a Juan Urbano su derecho a indignarse, porque da rabia imaginar a esas personas en la intimidad diciéndose unos a otros: sí, bueno, éste es un Estado aconfesional, pero eso no significa que no se le pueda regalar a la Iglesia católica un suelo público en el que por supuesto que se podrían hacer escuelas, hospitales, zonas verdes, bibliotecas o polideportivos, pero qué es todo eso al lado de la paz espiritual. Qué bárbaro, la verdad es que no le falta razón a Juan Urbano, que un día me dijo que algunos políticos tienen tanta cara que es raro que les quepa en la televisión cuando los entrevistan. Igual es que lo que entra en la pantalla es sólo un tanto por ciento y el resto está en la sombra, como ocurre con la luna.

Juan Urbano dobló el periódico, salió del metro en el que lo había leído, subió las escaleras como si fuesen una metáfora del gráfico de la crisis hipotecaria que acababa de mirar sin entender gran cosa y echó a correr calle arriba, con eco en la cartera pero contento, porque había quedado para comer con su preciosa chica capicúa, que además de ser para él la mujer más más del mundo en todo, había dicho que esa tarde pagaba ella, lo cual también era interesante, en aquel momento en que el Euríbor se adueñaba de la ciudad en plan King Kong y le aullaba al horizonte desde la cumbre inclinada de las Torres Europa.

De todos modos, igual en esta ocasión alguien le explicaba a los contribuyentes por qué su dinero servía para hacer negocios ruinosos o tal vez algo muchísimo peor, algo que consistiera en volver a hacerle a la Constitución un puente que fuera de la catedral de la Almudena al Ayuntamiento. Por debajo de ese puente, pasa el río de la ley.

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