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Reportaje:

Secuestradoras Dolce & Gabbana

La banda que retuvo en Esteiro a un empresario no quiso pasar inadvertida

Elsa, la rubia, siempre iba por delante. El viernes 7, de noche cerrada, entró en el hotel Rústico de Punta Uía como una artista de Hollywood algo metida en carnes y en años. La seguía su cómplice morena, María Manuela do Espírito Santo, tan exagerada como ella en el vestir pero algo menos habladora y hasta ahora no fichada por la policía. En la localidad muradana de Esteiro, sobre todo en el barrio del centro, A Ribeira do Maio, apenas nadie se quedó sin conocerlas, sin charlar largo con ellas (incluso de ZP y de Rajoy), en los cinco días que las secuestradoras echaron en el pueblo.

"Iban fashion, fashion", recuerda 13 días después de que desaparecieran la dueña de la mercería. "Dudo mucho que quisiesen pasar inadvertidas", porque era imposible no quedarse con ellas. De entre 50 y 60 años, quizás la morena mayor que la rubia, vestían "muy modernas". "Ropa cara, joyas buenas, botas altísimas, de mucho tacón, vaqueros ajustados, chaquetones y cazadoras de piel, viseras y unas gafas enormes".

"Tenían pinta de lobas", dice el dueño de la pastelería en la que desayunaban
La rubia prometió volver con su hijo pintor para que retratase el estuario

"De Dolce & Gabbana", apunta desde el mostrador de su negocio la propietaria de Piensos Folgar. Tanto quisieron dejarse ver Elsa María Martíns G. y María Manuela do Espírito Santo A.C., de nacionalidad portuguesa (aunque se decían brasileñas) y detenidas el Jueves Santo en Faro (Portugal) por el secuestro en Madrid del empresario vasco Pedro Aguirre Ormaechea, que hasta en la tienda de piensos para animales y material agrícola llegaron a entrar.

En Esteiro, Elsa y María Manuela solían pasear flanqueando a un señor de pelo cano y abundante, alto y fuerte, de "cerca de 70 años", que en la misma detención resultó ser el cerebro de la banda. Todos en el pueblo sabían que este hombre, José Carlos Serna Sánchez, era español a pesar de lo bajito que hablaba. A todo el mundo le chocó ver a ese tipo tan discreto, siempre vestido con la misma gabardina y el mismo pantalón de pana, junto a dos señoras que lucían palmito y gafas, y que en la pastelería en la que desayunaban (dulces a mansalva) llegaron a pensar si no serían madames. "Tenían pinta de lobas", describe el pastelero. "Yo pensé mal desde el primer día", le sigue su compañera, "creí que se dedicaban a un negocio clandestino, pero ya me entendéis, no precisamente a los secuestros..."

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Serna, por cierto, no se hospedaba en el hotel ni en ninguna parte, y tampoco había alquilado casa alguna. Esto también resultó extraño. Ningún vecino, hasta este lunes, en que la policía registró el chalé de una familia compostelana que sólo viene por vacaciones, ató cabos. Nadie supo que en la finca O Areeiro de los Estepa Mosquera, con vistas a la ría y un jardín de pinos mansos, habían permanecido, entre la jornada de reflexión y el miércoles 12, el raptor sigiloso, que entraba y salía; Pedro Aguirre, vicepresidente de Decoexsa; y su director gerente, José María Navajas. Aunque este último fue liberado el primer día con la misión de reunir el dinero del rescate, 11 millones de euros.

Las dos portuguesas solían llegar del hotel, a dos kilómetros del centro, en el Mercedes gris del que es titular la rubia y cuya placa (vislumbrada un instante por Aguirre) sirvió de pista a los agentes que lo liberaron. En la mercería, compraron medias y diademas. En el estanco, tabaco. En la ferretería Esteiro, pasado el puente del río Maior, adquirieron sin disimulo candados y cadenas de cinc del calibre 8, que estaban estupendas de precio, a 1,85 el metro. Y almorzaron varias veces en el restaurante O Muiño, y en el bar O Mariñeiro, de Muros, donde encargaban comida para llevar (quizás al secuestrado).

Les gustaba mucho el entrecot. Casi tanto como el paisaje. Elsa, que contaba a todos que era abogada, prometió que alquilaría una casa para volver en julio, ella que siempre había veraneado "en Puerto Banús". Traería a su hijo de 18 años, "pintor" y con un pasado obeso por "su afición a las gominolas", para que retratase el estuario. Antes de irse, incluso firmó en el libro de huéspedes del hotel. Como una estrella en Sunset Boulevard.

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