Todos los filósofos muertos
Sostiene Manuel Cruz (uno de los escasos filósofos españoles cuyos artículos periodísticos suelo recortar) en su breve libro de largo título Acerca de la dificultad de vivir juntos. La prioridad de la política sobre la historia (Gedisa) que "está lejos de ser una evidencia que seamos capaces de extraer automáticamente lecciones positivas de nuestra evocación del pasado". Algo que, tras el Año de la Memoria Histórica y ante la avalancha conmemorativa que se nos viene encima, tendremos que tener muy en cuenta. Especialmente los cincuentones (et plus: hombres blancos muertos) que, según el filósofo, hemos convertido el referente mayo del 68 en un lugar simbólico de peregrinación.
Cuarenta años después, mayo 'mayea' por la alfombra roja como arqueología y objeto de consumo
Regresa mayo con sus flores. O si se prefiere: su (adorable) fantasma vuelve a recorrer, convenientemente canalizado por los medios, una Europa en la que -aunque ya no se mueven con el desparpajo de antes los Metternichs o los Guizots (y el Papa y el nuevo zar andan en sus cosas)- todo acabó cambiando para que casi todo lo que importa siguiera en su lugar. Y esta vez vuelve con el totémico "extra" de las fechas redondas. De manera que, cuarenta años después, mayo mayea por la alfombra roja a la vez como arqueología y objeto de consumo.
Un paseo por las librerías francesas permite comprobar ambas cosas: más de un centenar de publicaciones están llegando a las librerías antes de que se aproxime el 3 de mayo, cuando la evacuación de la Sorbona y las violentas luchas en el Quartier Latin marcaron el paso de la revuelta estudiantil a la rebelión ciudadana. Para una generación que quiso dejar sentado dónde estaba su Arcadia con su (real o imaginario) et in Maio Ego, y en la que ahora cada uno es de su padre y de su madre (algunos incluso tertuliean en la Cope), la conmemoración debería ser motivo de volver la vista atrás, Fabio, y ver en qué quedó todo aquello para cada cual.
Mayo mesmeriza con causa. En aquel año remoto cristalizaron de forma heterogénea y mezclada a) una revuelta generalizada de la juventud contra el "viejo mundo", b) un movimiento obrero (con la huelga general como instrumento) aún muy controlado por viejos partidos y sindicatos, c) un anhelo libertario centrado en las libertades civiles y la revolución de las costumbres (emancipación sexual, reivindicación de la "fiesta") y, d) la búsqueda de nuevas formas de intervención y participación política. De todas ellas la que menos traza lleva de interesar a los medios es la última, y la que jalearán con más entusiasmo es la tercera, que sigue siendo la más tolerable en nuestra nueva pangea ideológica. Y, desde luego, la más asumible. Con perspectiva, díganme si algunos de los eslóganes de aquella adorable antigüedad grafitera no parecen escuchados en un botellón de viernes por la noche: "es preciso gozar sin límites", "prohibido prohibir", etcétera.
De entre los nuevos libros mayeros me he fijado, por ahora, en el Petit panthéon portatif (¡título envidiable!) de Alain Badiou (La Fabrique) en el que el ya setentón pensador y militante ha reunido casi a modo de "oraciones fúnebres" catorce textos dedicados a otros tantos filósofos que, a pesar de sus (enormes) discrepancias, reivindica con pasión ahora que la filosofía parece formar parte de "un vasto programa para estar en forma" y que, por eso mismo, está al alcance de falsificadores, seminarios de café, y revistas "especializadas" de papel couché. Porque la filosofía -que era algo que en era de los Grandes Relatos nos llegaba de Francia: del viejo Sartre al joven Derrida- también cambió después de Mayo. Primero llegaron los encantadores y carismáticos "nuevos filósofos" que tan bien supieron aprovechar la tribuna que les brindaban los medios, y luego vinimos todos los demás. Porque ahora todo el mundo puede ser filósofo, ¿o no? Y es que bajo los adoquines estaba la playa.
Babelia
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