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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Historias de orfandad

Es un agujero color marrón, que empotrado en esa pared perfectamente clara, adquiere un mayor protagonismo. Su presencia inquieta, como inquieta un lunar grande en el rostro. Algunos cruzan y lo miran de reojo. La mayoría pasa sin advertirlo.

Se trata del torno de los huérfanos que aún se conserva en la fachada del número 17 de la calle de les Ramelleres, antigua Casa de Maternidad y Expósitos inaugurada en el año de 1852. Es el último torno que funcionó en la ciudad, el cual era una especie de ventana giratoria donde se entregaba de manera anónima a los bebés huérfanos y actualmente son las instalaciones del Ayuntamiento.

Sobre la piedra, en la entrada del edificio, aún queda la inscripción: Casa d'Infants Òrfens. Por esa misma puerta, que antes recibía a los niños no deseados, hoy entran ciudadanos que necesitan hacer algún trámite, y sobre todo, inmigrantes que piden el empadronamiento. Algunos van con un amigo que les sirve de intérprete y otros llegan cargando bajo el brazo montón de documentos para hacerse entender: "Yo rentar piso. Mi familia otro piso. Yo antes con amigo otra casa. Ahora unos aquí, otros allá, pero yo familia. Yo ahora padronamento", pide un paquistaní en su rudimentario castellano.

La funcionaria hace verdaderas peripecias para entender lo que quiere y por cortesía mira todos los documentos que el joven le enseña, en los que sólo falta que le muestre el acta de defunción de su tatarabuela en Lahore. "No, no, con tu pasaporte es suficiente y el contrato de tu nuevo piso". En la fila sigue otro paquistaní que intenta cambiar su dirección a otra calle del barrio. La chica de la ventanilla revisa en el ordenador el domicilio en cuestión y sale una larga lista de personas empadronadas en el mismo sitio, sólo se oyen muchos Mohamed, muchos Alí y muchos Malik.

"¿Los conoces a todos?", pregunta la funcionaria. "Éste sí. Éste no. Éste no. Éste tampoco", contesta el hombre y pide borrar a todos los que no reconoce. La próxima en la fila es una mujer mayor que protesta sobre algún asunto relacionado con su tarjeta rosa y después un joven que reclama una multa de tránsito.

Mientras se espera el turno, a veces las bancas sirven de confesionario y entre el ruido de la chicharra que avisa el próximo número, se escuchan las nuevas historias de orfandad: las de padres huérfanos. Una mujer filipina cuenta a otra que en un mes traerá a vivir a sus hijos después de ocho años de estar separados y acude al Ayuntamiento por unos papeles que le faltan. La chica ecuatoriana le dice que ella lleva seis años sin los suyos y que nunca podrá traerlos, quien pronto vendrá será su hermana, quien dejará en Ecuador a sus tres hijos.

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Esa antigua casa de expósitos, que ahora recibe a los huérfanos de patria, formaba parte de la Casa de la Misericòrdia, institución fundada en 1379, que se instaló en los edificios contiguos de los siglos XVI y XVII en la calle de Elisabets y la plaza de los Àngels. Después fue guarida de refugiados durante la Guerra Civil y sólo aquél torno y aquella fachada recuerdan que algún día, ahí hubo hambre y desesperación cuando las monjas al ver la mortandad de los bebés, que caían como consecuencia de las enfermedades y las terribles condiciones de abandono, los tuvieron que mandar al campo para encontrarles nodrizas que los alimentaran, pues las que había en la ciudad eran insuficientes.

Cuando pase por la calle de las Ramelleres, verá que el torno permanece cerrado y los únicos gritos de niños que se oyen provienen de la plaza de Vicenç Martorell, donde a toda hora juegan críos traviesos y bien alimentados, que, como mi hijo, pegan un pavoroso llanto cuando se les baja del columpio.

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