_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La fisura

Josep Ramoneda

El éxito electoral de los socialistas en Cataluña podría acrecentar la fisura abierta entre PSC y PSOE a raíz de las negociaciones del Estatut y de la elección de Montilla como presidente de la Generalitat, contra el pacto establecido entre Zapatero y Mas. Los delegados catalanes que asistieron al Comité Federal del PSOE, el pasado fin de semana, salieron preocupados de la reunión. Ni por parte del presidente, ni por parte de los portavoces de las distintas delegaciones territoriales hubo un solo gesto de agradecimiento o de reconocimiento por el magnífico resultado obtenido por el PSC. La frialdad más absoluta, como si más que un éxito compartido el resultado de Cataluña fuera mérito de Zapatero a pesar de los socialistas catalanes. "Esta legislatura será menos catalana", ha dicho el presidente. Y un escalofrío ha recorrido el espinazo del PSC.

Las cuestiones personales juegan. Zapatero no perdona que Montilla no aceptara su pacto con Mas

Un salto tan grande -más del doble de votos de los que obtuvo Montilla en las autonómicas- tiene sin duda una explicación principal: en unas elecciones en que se trataba de escoger a Zapatero o a Rajoy como presidente del Gobierno, la ciudadanía catalana tiene muy claro lo que quiere. Y en esta ocasión, ante el riesgo de retorno del PP, que el PSC supo explotar mejor que nadie, optó por lo seguro: el voto directo. Ésta es la razón principal del resultado sin desmerecer todo lo demás: la consolidación de Montilla como presidente, la erosión del nacionalismo catalán provocada, paradójicamente, por su desplazamiento hacia el soberanismo, la buena campaña del PSC, e incluso la valoración positiva que un sector del electorado ha hecho de la política de Zapatero hacia Cataluña a pesar de cercanías y otros desastres.

Los socialistas catalanes saben de la volatilidad del voto extra que han recibido. Y recuerdan perfectamente que Montilla perdió en las autonómicas 700.000 votos respecto a los que dos años antes había conseguido en las generales. Con lo cual necesitan convertir este éxito en proyecto para Cataluña antes de las próximas autonómicas. Para ello necesitan demostrar el poder real de sus 25 diputados en el Parlamento español. Necesitan convencer a una ciudadanía escéptica -que vota en cada elección a quien cree que sirve mejor sus intereses, y en caso duda, se envuelve en la bandera- que nadie está en mejor posición que ellos para que Cataluña obtenga los recursos imprescindibles para su relanzamiento. Para conseguirlo necesitan, obviamente, la complicidad del PSOE y del Gobierno de Zapatero. De momento, no la sienten.

Con 25 diputados, el PSC no tiene coartada. La ciudadanía le valorará por resultados contantes y sonantes. El PSOE responde con indiferencia. La indiferencia viene de tres factores: La sensación de que el resultado de Cataluña ha tenido un precio -un exceso de atención a los catalanes- que ha hecho perder votos en otros sitios. La convicción de que Zapatero se basta solo para que Cataluña le vuelva a sacar las castañas del fuego cuando sea necesario. Y el eterno agravio comparativo que siempre se da por supuesto cuando se habla de los catalanes. Si el PSC no cumple, lo pagará en las autonómicas, pero tarde o temprano lo pagará Zapatero. Hay sectores del nacionalismo moderado que por poco que el PP se tome en serio a Cataluña se dejarán atraer por la derecha porque es su espacio ideológico. Se vio perfectamente en el 96.

La fisura no será fácil de cerrar. Porque el PSOE está muy preocupado por sus pérdidas al sur del Ebro. Porque las cuestiones personales juegan y Zapatero no perdona a Montilla que no aceptara su pacto con Mas. Y porque siempre es aporético compaginar los intereses de Cataluña y los de otras partes de España. El PSC, tan prudente, ni siquiera ha planteado lo que para él sería solución óptima: grupo parlamentario propio y Gobierno de coalición PSC-PSOE. Pero una buena financiación y un buen desarrollo estatutario son indispensables a corto plazo para el PSC y a medio plazo para el PSOE.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Estos días ha habido un acontecimiento que explica la difícil comprensión de lo que ocurre en Cataluña. Murió Cassia Just, el abad de Montserrat que jugó un papel importante en la transición y que representó siempre un cristianismo abierto, nada que ver con el de la Conferencia Episcopal. En su funeral estaban todos los partidos catalanes excepto el PP. Y ni un solo representante de los partidos españoles, ni siquiera los veteranos de la transición, excepto Rodolfo Martín Villa. ¿Es posible que desde el puesto de gobernador civil de Barcelona durante el franquismo fuera más fácil entender Cataluña que desde las sedes de los partidos democráticos españoles?

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_