"Me siento literalmente devorada por el dolor"
Chantal Sébire, de 52 años, padece un estesioneuroblastoma, un tumor evolutivo de los senos y del tabique nasal que le deforma cruelmente la cara. Esta enfermedad rarísima e incurable, con muy mal pronóstico vital, le hizo perder la vista hace meses y después el gusto y el olfato. Al adquirir el tumor "dimensiones insoportables", sin posible remisión, el 6 de marzo Sébire escribió al presidente de la República, Nicolas Sarkozy, para reclamarle el derecho a morir.
Pregunta. ¿Desde cuándo está segura de querer poner fin a su vida?
Respuesta. Realmente lo estoy pidiendo desde el día de Todos los Santos de 2007, en el momento en que perdí la vista. Pero pienso en ello desde hace mucho más tiempo, cuando me di cuenta de que ya no podía más, y que, hiciera lo que hiciera, nunca podría detener el tumor. No hay solución quirúrgica ni medicamentos que remedien mi enfermedad, que evoluciona a su antojo, como una enredadera alrededor del nervio olfativo. No puedo más, mi situación se degrada día a día, el sufrimiento es atroz. Me siento literalmente devorada por el dolor.
"Lo que pido, simplemente, es que se ponga fin a este calvario"
P. ¿Por qué decidió recurrir a los poderes públicos para pedir la legalización de la eutanasia?
R. Lo que me ha impulsado a dar este paso es el hecho de que mi enfermedad sea incurable. Hice pública mi enfermedad para poner de manifiesto que hay gente que padece sufrimientos que no tienen solución. Es la última batalla que puedo librar; si no me sirve a mí directamente, que al menos sirva a otros después de mí. Actualmente, en Francia, la ley no permite, en mi caso, poder decidir el momento y las circunstancias de mi partida. Ciertamente ha abierto una vía, al permitir que se "deje morir", pero no ha llegado al fin del razonamiento. Lo que reivindico es que el paciente que esté como yo, en situación de incurabilidad y todavía consciente, pueda decidir su muerte, de acuerdo con el médico que lo trata y después de la decisión de un comité médico.
P. Usted vive en su casa, asistida por enfermeros en el marco de la hospitalización domiciliaria, y con un seguimiento por parte del médico. ¿Por qué no accede a que la hospitalicen, lo que podría aliviar su dolor?
R. Porque perdería toda consciencia. Lo que la medicina puede proponerme actualmente es hundirme en un estado comatoso o semicomatoso para tratar finalmente de mitigar mi dolor con analgésicos en dosis altas, habida cuenta del hecho de que no soporto la morfina. Así pues, se me prolongaría la vida y se me haría guardar cama, y así esperaría la muerte. Rechazo esta situación, ya que no se adapta ni a mi temperamento ni a lo que yo padezco. No quiero que me vean así mis tres hijos, de los cuales la más pequeña sólo tiene 12 años y medio. Soy yo la única que sufre, y soy yo quien debe decidir. Reclamo simplemente el derecho a poder adelantar la muerte.
P. ¿Qué les responde a los que se oponen a la eutanasia, que temen las posibles desviaciones de la legalización?
R. Que es deber del legislador garantizar, en la formulación de la ley, que no sea posible ninguna desviación. En Bélgica y en Holanda, y desde hace poco en Luxemburgo, esta posibilidad que se da a los enfermos en situación de incurabilidad sólo afecta a unas cuantas personas, sin que ello implique un aumento sospechoso del número de muertes. Así pues, está muy claro que no se trata de hacer eutanasias a la fuerza ni de ampliar esa posibilidad a todos los casos terminales, ya que la mayoría de la gente no pide ni mucho menos la muerte. Ni usted ni yo vamos a vivir eternamente. Lo que pido simplemente es que se ponga fin a este calvario.

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