_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los silenciados

Afirmaba Lucrecio la existencia de los dioses porque los hombres hablan de ellos, asumiendo así la idea de que lo que no tiene nombre no existe y viceversa. Las relaciones entre lenguaje y realidad han provocado muchas reflexiones y no pocas controversias. Entre las más recientes, la provocada por el constructivismo, al pretender que la realidad se construye desde el lenguaje. Estén o no fundamentadas las tesis constructivistas, no es ningún secreto que el poder siempre ha usado el lenguaje para construir realidades y manipular conciencias y más aún cuando es dueño y señor de un instrumento tan poderoso como los medios de comunicación lo son en el actual. Ese relativismo lingüístico ha formado parte de la estrategia política de los neoconservadores para negar realidades evidentes, reconstruidas a la medida de sus intereses desde la manipulación mediática. Algo así, seguramente, quería decir León Felipe, en un poema que apenas recuerdo, en el que constataba que todos los dictadores, asesinos y traficantes de drogas llevaban siempre a Dios en el bolsillo; y sentenciaba resignado: "Solo los republicanos españoles no teníamos Dios".

En definitiva: secuestrar la autenticidad de las palabras y los nombres para manipular los hechos y tergiversar la realidad. Nuestro país, como la humanidad entera, está plagado de víctimas de esa vorágine aniquiladora de nombres y realidades. No hace falta remontarse al olvido de Lluís Alcanyís, quemado en la hoguera, Lluís Vives o Pere Pintor, huidos al extranjero para sobrevivir al fanatismo político-religioso y toda la caterva de liberales, republicanos y rojos que habitan las regiones del silencio.

Recientemente el Parlamento español aprobó una ley de la Memoria Histórica para restituir el nombre y la dignidad a los miles de perseguidos que pagaron con la cárcel, el exilio o la vida el golpe militar fascista de 1936. La Universitat de València ha rendido homenaje en los últimos meses a todos aquellos artistas, científicos, intelectuales y hombres de bien que en aquella Valencia capital de la República se jugaron la vida en la lucha contra el fascismo internacional y en defensa de la libertad: Josep Renau, Juan Negrín, Juan Gil Albert, José Puche, Max Aub y tantos otros. Ha sido un esfuerzo loable de restitución histórica, para que la opinión pública valenciana conociera mejor un pasado glorioso, manipulado por las versiones de los vencedores.

Conocer hoy, a través de los medios, que las instituciones valencianas han negado un homenaje de reconocimiento a Josep Renau y que el nombre de Juan Gil Albert ha sido borrado del principal instituto de promoción de la cultura y la investigación de la Diputación de Alicante produce a cualquier ciudadano, con independencia de su ideología, una profunda tristeza, porque esas decisiones reflejan un espíritu de revancha inaceptable en una sociedad democrática. Reflejan también la miseria política y moral de quienes continúan atizando la estrategia de la manipulación de lenguas y nombres para construirse un mundo a la medida de sus intereses. Lamentable estrategia la que se construye en contra del conocimiento, de la serena labor de científicos, historiadores y ciudadanos de bien. Ningún país relegaría al olvido a figuras tan relevantes como Renau, Fuster, Max Aub o Gil Albert, entre muchos otros. Al final es el país esquilmado, ignorante y manipulado el que paga siempre las consecuencias. Aunque quizá sea la adecuada proporción de manipulación, ignorancia y complicidades la que proporcione victorias políticas. ¿Qué más da que sean a costa de la ruina de un país?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_